La puerta se cerró con un golpe seco y sentí que algo dentro de mí también se rompía. Se fue. Esta vez de verdad. No dije nada. No lloré. Solo me quedé de pie, en silencio, respirando hondo, como si pudiera contener con aire todo lo que me estaba ahogando por dentro.
Arrastré mi maleta hasta la habitación. El sonido de las ruedas contra el piso retumbaba en la casa. La tiré sobre la cama y la abrí sin pensar demasiado. Necesitaba hacer algo con las manos, con la cabeza, con este corazón que no paraba de latirme como si estuviera a punto de estallar.
Fui doblando la ropa poco a poco. Blusas, vestidos, la lencería que él me había quitado la noche anterior… sentí un nudo en la garganta, pero seguí. Acomodé todo como si eso fuera a poner en orden el caos que tenía por dentro. Guardé los tacones que usé para él.
No quise mirarme en el espejo. Aun así, lo hice. Ahí estaba yo. Con los ojos hinchados, la piel cansada, el alma en los huesos. Una versión mía que ya no reconocía.
Encendí la rad