La mañana siguiente llegó con una pesadez inusual, como si el aire mismo estuviera cargado de algo que Sofía no podía nombrar. Desde que había despertado, su mente no encontraba descanso. Cada pensamiento, cada recuerdo, la llevaba inevitablemente a Max. Su imagen, su voz, su mirada, seguían acechándola como una sombra imposible de disipar.
Se había refugiado en su rutina, intentando perderse en los números, en los informes, en el trabajo que solía darle control y estabilidad. Pero, por más que lo intentara, el recuerdo de la conversación con Max la perseguía con una persistencia cruel. Las palabras de él se repetían en su mente como un eco: “Te necesito, Sofía.” “Lo que siento por ti es real.”
Sabía que no debía permitir que esas frases calaran tan hondo. No podía hacerlo. Había trabajado demasiado para reconstruirse, para dejar atrás a la mujer vulnerable que una vez fue. No podía permitir que un solo hombre, especialmente él, derrumbara todo su esfuerzo.
Pero aun así, su corazón pa