La mañana de la reunión amaneció con un cielo gris, cubierto por nubes densas que parecían presagiar tormenta. En el aire se sentía una calma extraña, como la que precede a una batalla inevitable. Sofía, desde muy temprano, se encontraba en su oficina, sola, rodeada de documentos que había revisado hasta el cansancio. No dejaba nada al azar. Cada cláusula, cada término del contrato con Max, estaba diseñado para darle la ventaja. La jugada estaba lista, y su próxima pieza estaba a punto de moverse.
Pero a pesar de su seguridad externa, había algo dentro de ella que no lograba acallar: una pequeña punzada de incertidumbre. Max no era ingenuo. Él no había llegado tan lejos sin saber jugar. Sofía lo conocía lo suficiente como para saber que, si había accedido a sus condiciones sin resistencia, era porque también estaba escondiendo algo. ¿Qué cartas tenía Max bajo la manga?
A las once cincuenta y ocho, Sofía se puso de pie. Llevaba un traje negro perfectamente entallado, sus tacones resona