Las semanas que siguieron al encuentro entre Sofía y Max fueron un torbellino de emociones contenidas. La tensión entre ambos era palpable, pero algo en el aire había cambiado. El resentimiento aún estaba presente, sí, pero se mezclaba con una nueva energía: una mezcla de curiosidad, duda y una chispa de esperanza. Sofía no estaba lista para perdonar, y Max lo sabía. Sin embargo, había algo distinto en su mirada, una calma que no provenía de la resignación, sino de la determinación.
Max había pasado los últimos días en silencio, tomando decisiones que jamás habría imaginado. Sabía que las palabras ya no bastaban; Sofía había escuchado suficientes promesas vacías de su parte. Lo que necesitaba ahora era un gesto real, algo que demostrara que él ya no era el mismo hombre que la había traicionado. No buscaba que lo aceptara de inmediato, sino que lo viera. Que viera en él a alguien que estaba dispuesto a cambiar, no por obligación, sino porque finalmente entendía el valor de lo que había