Tiberius Wellington tenía una expresión muy seria cuando tomó asiento en su avión privado, lo cual no impidió que sus sobrinos se pararan frente a él y formularan sus preguntas.
–¿Qué quería ese señor? –quiso saber George, el más intrépido de los dos.
–Nada importante.
–¿Lo conoces? –indagó Adrián.
–De pasada.
Luego del interrogatorio fallido a su tío, los niños se acomodaron en sus asientos, pero sus miradas decían que habían llegado a un acuerdo tácito sobre el hombre llamado Remington.
El vuelo transcur