Llegó hasta su escritorio con pasos lentos y estudiados, observándola para no perderse detalle de su reacción ante su presencia, al estar frente a ella la saludó cortésmente:
–Buen día Raffaella.
–Buen día señor Wellington –respondió Raffaella tapando la bocina del auricular y obviando el cosquilleo que le producía escuchar su nombre en la voz de él–, ¿qué lo trae por aquí?
–Trabajo –señaló y se quedó de pie frente a ella quien pareció escuchar algo en el teléfono que tenía descolgado.
–¿Sí? (&hellip