En una isla paradisíaca, George cubría de besos la suave y blanca piel de su esposa.
–Eres exquisita.
–Y tú eres muy fogoso, no te imaginaba así.
–Claro que tenías que haberlo imaginado, nuestras conversaciones no eran frías.
–Ay por favor, incluso yo dije algunas cosas en nuestras conversaciones telefónicas que pudieron haberte hecho creer que era una experta.
–Y no lo eres, lo pude comprobar en el avión, realmente estábamos demasiado ebrios la noche que nos casamos, aunque de algún modo lo intentamos, porque yo estaba prácticamente desnudo cuando me desperté.
–Yo también me desperté en ropa interior, pero obviamente no pasó nada entre nosotros, ¿lo notaste?
–Lo hice y eso me alegró porque me hubiera decepcionado mucho haberte hecho mía y no recordarlo.
George terminó de hablar y continuó memorizando el cuerpo de su esposa con sus labios, pronto ella estaba arqueando la espalda buscándolo, rozando su cadera contra la de él,