Tentación tácita

Ella va a estar a solas con Dante.

No debe ni quiere, pero escoge un corto vestido blanco con mangas de tul y falda suelta, que deja sus hombros al descubierto y acentúa su escote, porque tiene derecho a verse bonita simplemente por capricho. No porque tiene la esperanza de impresionar a Dante.

Qué va. Nada de eso.

Ella no es Deborah. Ella es una señorita educada que se preocupa por un invitado.

Es todo.

El atuendo que escoge sigue siendo una elección bastante atrevida para una simple cena con el amigo de su padre y, por supuesto, su padre; sin embargo, está más que satisfecha con el resultado al darle el visto bueno en el espejo de cuerpo entero. La tela se ajusta a su cintura y luego se abre en ondas, dándole volumen a sus caderas.

Se calza unas zapatillas bajas blancas por el bien de sus talones adoloridos, después de todo, usar tacones en la universidad es un lujo y una tortura por igual. Se deshace de la coleta y su cabello se derrama libre, imperioso, por su espalda. Con dedos temblorosos, inyectados de ansía, se asegura de que la trenza de diadema en la parte posterior de su cabeza continúe en buenas condiciones; y sí lo está, lo cual es un alivio, porque con estos nervios duda en su capacidad de hacer algo tan elaborado con sus manos inquietas.

Cuando se escabulle silenciosamente de su cuarto al pasillo solitario y comprueba que no hay señales de su padre por ningún lado, ella nunca va a admitir en voz alta que su corazón se descontrola palpitando a la velocidad del galope de un purasangre, mientras enumera las probabilidades que tiene para reunirse con Dante antes de que Marcus baje a cenar.

Prefiere fingir que le da igual si Dante continúa o no en el estudio de su padre. Ella baja las escaleras de dos en dos peldaños, convenciéndose de que es mucho mejor si Dante se ha cansado de esperar y se ha ido de la casa.

Ella se equivoca.

Ella lo encuentra a la vuelta de la esquina y su vientre se contrae mientras se detiene, golpeada por una barrera invisible.

Aterrizando en la entrada del estudio personal de su padre, Violetta no sabe muy bien qué hacer consigo misma por un eterno segundo. Casi esperando que el blanco del vestido logre camuflarla entre las paredes de color marfileño de la habitación, mientras se queda allí, inmóvil, bebiendo a borbotones la imagen de él.

Dante resulta ser más joven de lo que ella alguna vez pudiera haber imaginado, y más apuesto por dimensiones. Dueño de un atractivo abrasador. Dueño de una postura imponente. Por lo que ha visto hasta el momento, ella comprende que es un hombre que tiene propósito y poder en cada uno de sus movimientos, a diferencia de todos los hombres que ella ha conocido.

De nuevo, ¿a qué ha venido ella aquí?

Violetta sigue estancada en el umbral como una estatua con el labio encajado entre sus dientes, mientras Dante está de espaldas a ella, apoyado en la barra del mini bar, brindándole una excelente vista de su trasero en esos pantalones grises.

¿Qué es lo que hace ella aquí?

Marcus todavía brilla por su ausencia. Dante continúa aquí completamente solo. ¿Y qué es lo que hace Violetta? ¿Espiar en secreto al amigo de su padre como una adolescente entrometida?

Demonios, ¿qué es lo que está mal con ella?

—¿Vas a quedarte allí mirándome todo el tiempo, querida niña?

Los nervios de Violetta se disparan como cohetes al oír la voz de Dante.

—Tú... ¿Cómo supiste que se trataba de mí? —farfulla Violetta, coloreada de los pies a la cabeza por salpicaduras de espantosa comprensión al percatarse de que él no ha tenido que girar para descubrirla espiando desde la puerta.

Tampoco va a considerar el hecho de que ha vuelto a llamarla "querida niña". Esta vez, ese "querida niña" es un ronroneo susurrante que serpentea por el suelo y luego trepa por debajo de su falda, se mete entre sus muslos sensibles, poniéndola a temblar.

Ella parpadea cuando él vuelve a hablar:

—Tu padre no es un chismoso.

Es la única explicación que le ofrece. Es tan mezquino, que Violetta desea con locura obligarlo a mirar, a mirarla a ella.

De pronto, se siente la mujer más tonta del mundo, perdida en esta posición, ante un hombre que solo la ha tratado indiferentemente.

¿Qué es lo que estaba pensando cuando se le ocurrió este plan?

Ella empuja la tela en su cintura, parada al borde del precipicio. Decidida a salvarse a sí misma del camino de la vergüenza, se echa para atrás a paso de potranca recién nacida y gira en redondo. Ella volverá a su habitación, esperará a su padre y fingirá ignorancia.

Está a punto de cruzar el umbral cuando Dante interrumpe la declive de sus pensamientos.

—¿A dónde crees que vas?

Se detiene, vacilante, con un pie listo para avanzar. No está muy segura de qué decirle, por ende, se encoge de hombros. Entonces recuerda que Dante continúa de espaldas a ella así que no puede ver ninguno de sus gestos inciertos. ¿Y si es así cómo supo que se iba?

Este hombre va a volverla loca.

Decide responderle antes de que la locura supere su dignidad.

—Voy a esperar a Marcus.

—Estoy haciendo lo mismo.

—Sí —ella tartamudea y traga saliva.

Dante levanta la mano por encima de su hombro, todavía de espaldas. Una pequeña copa vacía cuelga perezosamente de sus dedos, en el ángulo perfecto para que ella la pueda ver.

—Ya que vamos a compartir el mismo aire, sé buena y llena mi copa —murmura Dante con desinterés.

Violetta abre y cierra la boca. Tiene la objeción en la punta de la lengua: «Llénala tú, yo no soy tu sirvienta».

De todos modos, ella consigue el valor para acercarse y le arrebata la copa.

Hasta ahora, Violetta nota que el abrigo de Dante reposa sobre la barra. Gracias a esto, es más evidente cómo su suéter de mangas largas y cuello de tortuga se adhiere deliciosamente a sus músculos gruesos.

Violetta respira hondo y rodea la barra de inmediato. Su padre tenía razón. En el exhibidor de la pared hay una cantidad generosa de botellas de whisky escocés e irlandés, ginebra, brandy, vodka, vinos tintos, vinos blancos.

Dante permanece sumamente callado detrás de ella, acechándola con su presencia inalterable. Parece que le está poniendo un reto en bandeja de plata, porque la deja más perdida que nunca entre él y el exhibidor, pensando cuál es la bebida que se supone que debe servirle.

Como si ella será capaz de adivinar qué es lo que él ha estado bebiendo.

No cabe duda de que es una chica inteligente, pero ella no puede arriesgarse solo con mirar las gotas ambarinas en el fondo de la copa y preguntarle a los restos de licor si le pueden echar una ayudadita. Por supuesto que no.

Violetta prefiere obedecer sus instintos, esos que suenan muy parecidos a la voz manipuladora de Deborah, y acerca la copa a sus labios, tentativamente.

Siente los ojos amenazantes de Dante mirándola como un vicio, mientras ella olfatea y arrastra la almohadilla de su lengua cálida por la mancha húmeda en el borde de la copa. Justo donde él presionó su boca.

No debería funcionar. Sus papilas gustativas no deberían explosionar con el inexistente rastro del alcohol, pero el interior de Violetta se retuerce hambriento y ella empuja las gotas olvidadas dentro de su boca codiciosa. El sabor amargo marca un camino ardiente hasta la parte posterior de su garganta y ella deja de respirar.

En su vientre se derrama el calor líquido.

Brandy, ella decide, sofocando un gemido.

Todavía tiene problemas para calmar su respiración entrecortada cuando llena la copa de un buen brandy y regresa con Dante.

—Aquí tiene, señor.

Reuniendo todo su valor, le extiende la copa a Dante. Casi grita cuando su mano áspera y fría envuelve su muñeca.

Con los ojos de par en par, Violetta finalmente lo enfrenta.

Dante no sonríe, no vacila, pero la mira con un fuego que podría incendiar un bosque desde sus más antiguos cimientos.

—Estás temblando, querida niña —murmura en voz baja, arrastrando las palabras condescendientes—. Vas a derramar brandy sobre tu lindo vestido. ¿O tan desesperada estás por quitártelo delante de mí?

Violetta pierde por completo la capacidad de hablar.

Los dedos de Dante se entierran en su piel frágil, y ella se atraganta con su propio aliento. Tiene la mano fría. Muy fría. Helada, como un invierno en Rusia. Pero quema con la intensidad del sol.

El apretón que le da, le transmite esa dualidad de temperaturas, haciéndola estremecer desde las entrañas. Es un milagro que no se le ponga la piel de gallina y se humille mucho más frente a él, si es que eso es posible.

¿Es lo que él busca?

El tic en la esquina de su boca le da la respuesta.

Claro que está jugando con ella.

Cínico bastardo.

—Podría hacerle pagar por insultar a la heredera de la familia Vitale —ella ruge, arrancando la muñeca de su agarre posesivo.

Dante ni siquiera parpadea ante su arrebato violento. Simplemente la observa de punta a punta con ojos críticos y muy, muy grises; como el acero que forja su mirada imperturbable e indiferente. Dios mío. Violetta recuerda vagamente que su padre es felizmente ignorante de este intercambio, y ella no sabe si sentir alivio o una verdadera preocupación.

—Heredera. —Dante lo deletrea. Una mueca perezosa tensa los músculos de su mandíbula—. Un buen título para una princesa mimada como tú.

Una vez más, la analiza de los pies a cabeza. Violetta arruga el entrecejo, medio indignada medio confundida por la interacción. No sabe qué hacer con lo que sea que haya en su mirada.

—Usted no sabe nada de mí, señor Dante.

—Ni quiero saberlo.

Él se bebe el brandy en dos tragos, ofreciéndole a Violetta la imagen de su nuez de Adán moviéndose de manera extrañamente pecaminosa.

Violetta decide cortar el asunto allí. Sale del interior del mini bar e ignora la forma en que él vigila su retirada desesperada, porque es contradictorio, porque no entiende qué es lo que él piensa o planea en toda esta situación.

—Marcus ya debe estar bajando, así que es mejor que pasemos al comedor.

—¿Por qué estás corriendo?

Ella frunce el ceño.

—No estoy corriendo.

—Así que al fin tienes miedo.

—Yo no le tengo miedo —ella protesta a la defensiva.

Dante se endereza, recoge su abrigo de un manotazo y camina hasta pasar junto a ella. Violetta retrocede cuando la diferencia de altura entre los dos se convierte en una bofetada para su orgullo.

Él es poderoso.

Tiene sentido que deba tenerle miedo.

—Algún día lo tendrás, todos lo hacen al final —él le asegura antes de salir del estudio con paso firme.

Violetta siente que las piernas se la volvieron de gelatina.

El contacto de su piel la ha dejado como un cable cargado de energía, chisporroteando, al borde de un cortocircuito. La fuerza de Dante en el agarre de sus manos demuestra una virilidad que le debilita las rodillas y la hace imaginar, por un segundo traicionero, cómo se sentirán esas manos grandes por todo su cuerpo.

▃▃▃▃▃▃▃

Nota de autora:

Vamos, Dante, no seas así con ella. ¿Qué tanto estará ocultando? Podríamos imaginar que él quiere que nuestra chica le tenga miedo. La pregunta es ¿por qué?

Pronto lo descubriremos.

¡Cuídense mucho!

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