Señor Dante

«Ojalá sea la última vez que deba verte»

«Ojalá nunca te vuelva a ver»

Esas son las sentencias que tanto ella como Dante Russo compartieron ese día.

Violetta puede apostar, que por el semblante estoico de Dante, él también hubiera preferido no volverla a encontrar ni en un millón de años. Aunque hayan estado en la presencia del otro muy poco tiempo, había quedado claro que su hostilidad era absolutamente recíproca. Lo mejor para los dos sería andar por caminos separados.

La vida tiene que ser una perra la mayoría de las veces, ¿no es así?

Lo que más le enoja a la chica es que el socio de su padre la ha dejado boquiabierta con su atractivo inigualable al primer instante, algo que ningún hombre ha podido lograr jamás... hasta ahora.

Violetta es esclava del impulsivo deseo de huir a su dormitorio y enterrarse en la almohada con un gemido de vergüenza, un refugio donde esté a salvo de la mirada crítica de Dante. ¿Por qué no pudo reconocerlo desde el principio? ¡Se hubiera ahorrado semejante bochorno! Prácticamente estaba salivando mientras lo observaba de los pies a la cabeza como un pedazo de carne en exhibición. Lo peor es que Dante, con esos ojos viciosos e intensos clavados en ella, atravesándola y calentándola, probablemente ha descubierto el efecto que provoca sobre ella, pese a la extraña tensión que hierve entre los dos.

—¿De verdad estabas de acuerdo conmigo? —pregunta Dante con una ceja alzada, sacándola del declive de sus pensamientos borrascosos.

—Fíjese que sí, estaba muy de acuerdo. Prefería no verlo de nuevo ni en mil lunas —ella lucha para no tartamudear estando cerca de él, siendo vigilada por él.

El hombre mayor tararea despreocupado, haciéndola admirar el movimiento hipnótico de la nuez de Adán en su garganta gruesa.

—Me parece muy curioso, porque de lo único que me acuerdo es de tus arrebatos valientes. Pero no recuerdo haberte escuchado estar de acuerdo conmigo.

Técnicamente, nada de eso existe en su memoria, porque Violetta había coincidido con su criterio justo después de que él se marchara de aquella biblioteca. Pero Violetta no piensa admitirlo trece años más tarde. Solo triplicará su vergüenza.

—Será que su memoria le debe estar fallando, ¿no?

Dante detecta una indirecta de la que ni ella misma es consciente los primeros cinco segundos. Violetta entiende que acaba de burlarse de su edad.

Antes de que pueda darle vueltas al asunto, escucha a Marcus toser y eso la devuelve a la línea moral, pero también la ponen roja como una manzana por estar actuando de esa manera atrevida con una persona que no conoce.

¿Qué es lo que le ocurre? Ella no es esa clase de mujer. Deborah es más de esa clase de mujer. Violetta no es de las que fantasean con especímenes masculinos de ficción. Ella es una señorita de buenos modales.

—A ver, no estaba enterado de que ustedes dos se habían acercado tanto ese día en la finca —manifiesta Marcus con cautela, poniéndose en modo padre protector.

—"Acercado" me parece una percepción exagerada para lo que en realidad sucedió —se adelanta a explicar Dante por ella, por los dos, sacudiendo el dobladillo de una manga de su abrigo—. Tu hija y yo nos encontramos en la biblioteca de mi finca y tuvimos una conversación. —Él le echa un vistazo furtivo, el brillo de las luces se reflejan en sus ojos grises—. Ni siquiera fue tan buena.

Un incómodo retorcijón sacude el interior de la chica.

Es un cínico.

Violetta tiene que moderar la amargura en su semblante antes de que su padre voltee a verla como un búho y la pille in fraganti.

—¿Es eso cierto, Violetta?

Ella se atraganta con un distraído "¿Mm?" en el momento preciso, salvándose de la vergüenza con una respuesta tan tonta. Lo último que necesita es pintarse otra máscara de payaso para el entretenimiento del señor Russo.

—No fue nada del otro mundo —Violetta elabora una respuesta, no más ingeniosa, pero muchísimo menos humillante. Endereza la columna vertebral, empapando sus huesos con el acero caliente de la dignidad. No va a permitir que Dante sienta que posee alguna clase de influencia sobre ella—. Mi única obligación era ser cordial con el anfitrión de la casa.

«Algo de lo que este tipo definitivamente no tiene idea»

Violetta se muerde la lengua para retener el pensamiento. Además, aplasta el sentimiento deprimente cuando recuerda que ese mismo día enterraron a su mamá en un ataúd. ¿Qué más podía hacer una niña de once años que acababa de perder a su madre, aparte de ser cordial?

Redobla sus esfuerzos para recuperar el temple y se enfoca de nueva cuenta en su padre. Ella no ha sido bien educada toda su vida para que venga de la nada este hombre a ponerla en ridículo.

—Marcus, te repito que la comida está recién hecha. No sé si todavía consideras cenar o no conmigo ahora que veo que traes a tu amigo-

—Por favor, cariño, comeremos juntos —dicta Marcus, tratando de alinear a su primogénita en un ambiente de tregua. Violetta, como de costumbre, da el brazo a torcer con un gesto afirmativo—. ¿Puedes hacer eso por mí o vas a estar ocupada?

El corazón de la joven Vitale se contrae, se pone chiquito. Tan traicionero como es, no es raro que este ceda muy rápido a las peticiones de su padre. Aunque, hace unos segundos, consideraba marcarle a Deborah para que le mandara su ubicación, y así tener una excusa para devolverle el trago amargo de la decepción a Marcus.

—Sí, puedo. De todas formas, estuve esperando por ti desde hace horas.

—Perfecto. Dante, ¿qué dices? ¿Nos acompañas a cenar?

El lado irracional de Violetta quiere gritar mil veces que no, exigirle a su padre que retire esa invitación de inmediato porque es una completa locura, es absurdo e inconcebible. Sin embargo, el lado racional le recuerda que sería absolutamente descortés no ofrecerle al invitado un lugar en la mesa. Aun si el invitado en cuestión es un tipo insolente que Violetta podría odiar nomás por deporte.

—Rechazo la oferta —sisea Dante de repente, sorprendiendo a padre e hija.

—¿Por qué, hombre?

Violetta no se pierde el parpadeo que hacen los ojos de Dante en su dirección cuando murmura:

—No quiero morir envenenado.

Por mucho que ella luche para no encontrarle el humor al comentario, es imposible disimular que le causa risa la naturalidad satírica con la que Dante expresa sus opiniones.

A su padre también le divierte la insinuación de Dante, como si proyectar la imagen de su hija sosteniendo un frasco de veneno con una sonrisa maléfica es verdaderamente hilarante.

Los que conocen a Violetta Vitale saben que ella no es capaz de matar ni una mosca. Ella es de los que pide auxilio y huye cuando ve una cucaracha.

Por supuesto, no es como si Dante tiene que enterarse de eso.

—Dante, hombre, a veces no sé si estás bromeando o hablando muy en serio —logra decir Marcus, tosiendo para no reír.

—La respuesta depende de la clase de persona en la que se ha convertido tu querida niña estos trece años —asevera Dante, nivelándola con un ojo crítico y acusador.

Debería sonar pedante, grosero, el "querida niña" que él le dispara. Debería detestar la forma en que las palabras ruedan por su lengua viperina. En un universo paralelo, debe ser así. Violetta quiere creerlo para sentirse menos irritada consigo misma.

¿Así es como quiere jugar?

—Si le sirve de consuelo, señor Dante, no tenía idea de que vendría, así que me perdí la oportunidad de intoxicar su comida —comenta ella, dándole el beneficio de la duda.

Siente la mirada de desaprobación de su padre clavada en su nuca mucho ante de que la reprenda:

—Violetta, por favor-

—Está bien, Marcus, no te desesperes. Me tranquilizan las palabras de tu hija. Eso significa que puedo ocupar esa silla en su mesa —contesta Dante, adelantándose a su padre, y con una leve inclinación en la comisura de la boca agrega—: Sin un arma cargada en la mano.

Toda la sangre de Violetta cambia de temperatura mientras se precipita hacia el sur de su cuerpo, acumulándose como hielo en la punta de sus pies. Luego, un escalofrío le sube hasta la cabeza y explota los poros de su piel sensible. Sus pulmones se ensanchan dolorosamente cuando lleva más de un minuto conteniendo la respiración.

Las carcajadas estridentes de su padre le provocan un susto extra.

—Vaya, vaya, qué gracioso eres. —Marcus, más veloz que un jaguar, aparece junto al hombre rubio y le da unas palmadas en la espalda—. Aunque preferiría que te reservaras tus chistes crueles en presencia de mi hija. Sí me entiendes, ¿verdad?

Dante esboza una mueca amenazante por la fuerza innecesaria que aplica Marcus, pero aprieta la mandíbula y asiente de mala gana.

—No querrás ensuciar la mente de una señorita correctamente educada como ella. —Marcus enfatiza la última parte.

Técnicamente, su padre conoce muy poco a su mejor amiga Deborah, así que Violetta no cree que sea conveniente llevarle la contraria. Tampoco cree que pueda hacerlo con el corazón todavía en la garganta, debido a la reciente conmoción que acaba de sufrir.

¿Qué es lo que Marcus considera gracioso? ¿Qué tiene de divertido cenar con un hombre armado? Violetta no sabe cuánta confianza existe entre Marcus y Dante, y lo peor es que ella tiene miedo de averiguarlo.

—Será mejor que pasemos a cenar. Es bastante tarde —opina ella, necesitando con urgencia una distracción.

—Aguarda un segundo, cariño, sé que estás apresurada, pero deja que este viejo se deshaga de este traje apestoso. Dudo que sea capaz de probar un bocado sin estropear tu deliciosa comida. —Una sonrisa despreocupada ilumina el semblante de su padre.

—¿Qué estás diciendo? —En ese momento, Violetta reacciona con el ceño fruncido—. Marcus, creo que podrías esperar-

—Violetta, mi amor, realmente necesito cambiarme.

—¡Yo te esperé durante horas, Marcus!

Su voz sale más fuerte de lo esperado, rayando en la desesperación. Puede estar exagerando, pero Violetta tiene el estómago hecho un nudo: un bulto de gusanos que se entrelazan y se atiborran, retorciéndose en lo profundo de sus entrañas. Ella sabe lo que vendrá a continuación si su padre sube a darse una ducha rápida. Ella quiere evitar que eso ocurra. Está segura de que no quiere estar a solas con Dante. No quiere verlo sacar un arma de quién sabe dónde y bromear con dispararle en la cabeza porque, oye, es divertido.

—Violetta. —El llamado de su padre es angustia y confusión por igual—. Cielos, cariño, ¿pasa algo malo?

—Me parece que asusté a tu querida niña con mi humor oscuro, Marcus —murmura Dante casualmente mientras se frota la barbilla, como si hubiera sido la elección más natural del mundo, asustarla delante de su padre bajo pretextos, porque ella es demasiado educada para tolerar su sentido del humor.

—Eh, Dante —su padre le chasquea la lengua.

—Solo digo. —Él se encoge de hombros y la mira, inalterable, porque él "solo dice" lo que es obvio.

Violetta respira hondo y lo intenta de nuevo. Tiene que intentarlo.

—Lo que quiero decir es que ya son más de las nueve de la noche. La cena se va a enfriar. Tú... tú traes a un invitado. —Como último recurso, ella apunta a Dante, quien ahora muestra más interés en el piso de linóleo pulido que en la conversación.

—Cariño, va a ser rápido.

—Sigue siendo muy descortés de tu parte.

—Tranquila, mi amor. Te digo que nosotros tenemos la confianza suficiente para saltarnos un par, sino todas las formalidades.

—Tienes razón, Marcus. Además, no necesito una niñera que me vigile —interviene la voz retumbante de Dante. El perfil seductor de su rostro es enmarcado por el resplandor de la iluminación cálida en el vestíbulo. El rubio pálido de su cabello hace juego con su piel de alabastro, retratándolo como la perfecta representación de una deidad lunar. Es gracias a esta visión onírica que Violetta por poco y no oye su siguiente comentario—: Lo que necesito es un buen trago. ¿Tu pequeña mujer te permite beber en casa?

Cuando Violetta retuerce el dobladillo de su camiseta y contiene un siseo enojado, recuerda de pronto que su ropa deportiva, con manchas de grasa, no es de sus mejores opciones para cenar con visitas, o en este caso, con los amigos más cercanos de Marcus.

No debería interesarle demasiado su apariencia delante del socio de su padre. Es contraproducente que le importe lo que este hombre piense o no piense acerca de ella. Sin embargo, Violetta se convence de que es una reacción espontánea de su vanidad femenina. Querer, codiciar, exigir algo que este hombre atractivo le está negando a su orgullo de mujer.

—Claro, hombre. —Su padre pasa por alto la referencia y le enseña a Dante el camino directo hacia su Edén personal—. En el estudio detrás de las escaleras vas a ver un mini bar. Encontrarás una gran colección. Sírvete lo que quieras.

Los ojos curiosos de Violetta persiguen la estela de Dante hasta que él desaparece detrás de las escaleras, con un vaivén hipnótico en su caminar, hasta que lo pierde del radar y unas garras rasgan su interior pidiéndole lo que necesita. Ella necesita inclinarse para verlo, llenar sus ojos de él un poco o más, tomar todo lo que puede de él. Esta imperiosa necesidad la sacude desde los tuétanos cuando Marcus la agarra de la mano y le pregunta si todo está bien.

—Sí, sí —ella respira ansiosa—. Muy bien.

—Te noto distraída.

Un suspiro tembloroso se derrama de sus labios entreabiertos.

—Yo... uh. Solo quiero irme a cambiar, ¿sabes? Acabo de fijarme en unas manchas de grasa que no había visto antes.

Su padre coloca las manos en sus hombros delgados y se echa para atrás para mirarla fijamente.

—Pensé que yo era el maleducado por querer quitarme de encima esta peste.

—Huelo a jamón, Marcus —se justifica ella sin aliento, como si estuviera diciéndole que el sol sale de día—. Pues estoy aprovechando que tú también vas a subir, y ya que al señor Dante no le importa esperar.

—Okey, okey. Ya me queda claro. —Su padre retira las manos y las muestra en son de paz—. Me parece bien que te cambies. Esos leggins casi son transparentes. ¿Es la primera vez que los usas?

Un ardor feroz estalla desde su cuello hasta sus orejas, mientras acaricia la parte posterior de sus muslos. ¿Transparentes? Si su padre ha pillado este detalle, ¿Dante también?

Sacude la cabeza cuando ve que su padre sigue hablando.

—... suerte de que él sea tan indiferente a esos detalles. Pero deberías deshacerte de estos leggins. Cómprate otros mañana. Lo que sea para cuidar tu virtud.

—¿Realmente confías en ese hombre? —le pregunta envalentonada—. Entiendo que lo conozcas y sean amigos, pero con lo paranoico que has estado últimamente me impresiona que no te inquiete dejarlo solo aquí abajo.

—Ya te lo dije. Dante tiene un carácter indiferente. Todo lo contrario, me sorprendería que no se aburriera y se fuera si tú y yo no nos apresuramos.

Después de esta declaración, Marcus comienza a subir las escaleras a una velocidad no muy recomendada para alguien de su edad; los cincuenta no son muy gentiles con las articulaciones. Violetta duda un segundo antes de seguirlo a un paso mucho más ágil; tener veinticuatro y sus ventajas.

—También es un tipo que usa armas —sisea ella—. Eso es lo que a mí me pareció hace rato.

La risa de su padre es extraña. La pone nerviosa.

—Fue un chiste, Violetta. Dante no trae un arma.

Ella jura que lo escucha murmurar algo como "justo ahora", pero su padre le repite que se apresure y luego se va directo a su habitación.

Cuando entra a su dormitorio y se mete en la ducha caliente, Violetta no está pensando en provocarle una impresión a Dante. Cuando sale del baño enrollada en una toalla y envuelta en vapor, ella no se propone hallar una grieta en su actitud indolente. Cuando saca un vestido de su armario y se lo prueba frente al espejo de cuerpo completo, ella no está considerando escabullirse en el estudio donde Dante bebe una copa de licor.

No. Ella no quiere ni debe estar a solas con él.

Pero lo va hacer.

▃▃▃▃▃▃▃

Nota de autora:

¿Nuestra chica está jugando con fuego? Bien dicen que la lengua es el castigo del cuerpo, ¿no que sería imposible que se enamorara del primer hombre que se le pusiera enfrente? Parece que Violetta ha sido presa de su propias palabras.

¡Lo averiguaremos en el siguiente capítulo!

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