Sofía estaba de pie frente a la cama, con la cara sonrojada al ver la lencería de encaje en varios tonos y los vestidos que Sergio había preparado para ella.
«Qué pervertido», pensó con una sonrisa nerviosa.
Sergio sacudió sus manos húmedas, cuyas gotas de agua cayeron con delicadeza. Luego bebió de su copa de vino, conteniendo con febrilidad las llamas que se extendían por su pecho.
Cuando Sofía cruzó el umbral, su expresión no pudo evitar mostrar la ansiedad que ella le causaba. Se veía bellísima.
Un vestido negro tejido que le llegaba hasta las pantorrillas delineaba cada curva y realce de su cuerpo.
—¿Cómo me veo? —susurró ella, intentando no ahogarse en los ojos profundos y negros que la miraban con una devoción peligrosa.
Él caminó hacia ella, estiró su brazo, tenso al igual que su piel, y acarició su mejilla.
El contacto de su piel, mientras sus largos y firmes dedos se enredaban en el cabello de ella, convirtió el espacio en una neblina de deseo.
Se acercó; sus aliento