Las manos de Sofía temblaban levemente, y su corazón latía acelerado de una manera que no entendía. Había descendido del taxi, con dudas invadiendo su cabeza. Observaba el edificio frente a ella mientras el murmullo de la gente a su alrededor retumbaba en sus oídos.
Tomó aire.
Ingresó al lugar. Preguntó tímidamente al recepcionista, un señor de edad, por Sergio, y él, con toda amabilidad, la acompañó al pequeño ascensor en un silencio cómodo.
Cuando las puertas se abrieron, dio un paso hacia afuera con el deseo de regresar, pero entonces el olor a especias y la suave música de fondo trajeron a su mente al hombre que comenzaba a causar estragos en su vida, ya caótica.
—¡Bienvenida! —La voz de Sergio era un susurro cargado de ese peligro que le hacía temblar las piernas. Él se inclinó levemente y tomó su mano, besándola—. Pasa, la cena está casi lista.
Sintió cómo ese simple roce desató una oleada de adrenalina por todo su cuerpo.
—Hola, y gracias —murmuró ella.
Sergio amplió una sonris