En el hospital.
El pequeño Hernando temblaba entre los brazos de su padre.
Su cuerpecito frágil se aferraba al cuello de Martín como si la fuerza de ese abrazo pudiera salvarlo de todo lo que estaba por venir.
Sus ojitos oscuros, húmedos de lágrimas, se clavaron en él con desesperación.
—No quiero, papi… —su voz quebrada, casi un susurro—. Quiero a mami.
Martín tragó saliva.
Su propio corazón se le desgarraba en el pecho.
Intentó sonreír, aunque la ternura de su mirada apenas lograba ocultar la fragilidad que lo consumía por dentro.
Fely, que estaba allí a un costado, lo notó enseguida: ese hombre que siempre se mostraba fuerte, hoy parecía quebrarse con cada respiración, y ella no podía tolerarlo.
Odiaba a ese niño, como a la madre de él.
Martín lo sentó suavemente en la camilla blanca, acariciándole el cabello revuelto.
—Cariño, escucha… —dijo con voz trémula—. Te voy a comprar el poni que tanto deseas, el de la tienda, ¿recuerdas? Solo necesito que seas valiente… hazlo, por favor.