Capítulo: Un desmayo
El auto rugía como un motor que no tenía descanso; las manos del jefe de seguridad clavadas en el volante marcaban el ritmo urgente del viaje.

Manuel, en el asiento del copiloto, estaba clavado en la piel del asiento, la mirada perdida entre el parabrisas y un deseo rígido: recuperar a Mayte.

Su respiración era corta, irregular; cada kilómetro lo devoraba un poco más.

Se sentía a la vez frío y áspero por dentro, una mezcla de rabia, culpa y una necesidad inmensa de no permitir que esa familia se le escapara de las manos.

No notaron quién venía detrás: un coche viejo que los seguía como una sombra.

Pedro, al volante, apretó los dientes hasta que le dolieron las mandíbulas.

En su pecho ardía una furia antigua, una venganza que había fermentado meses en la oscuridad.

—Maldito seas, bastardo —murmuró Pedro para sus adentros como si esos insultos fueran combustibles—. Manuel, tú arruinaste mi vida. Llegará el momento en que pagues por lo que hiciste. Te juro que te acabaré. Tal vez hoy no,
J.D Anderson

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