Mayte detuvo el beso, su corazón latiendo con fuerza en su pecho.
—Manuel… —su voz apenas fue un susurro, pero contenía todo el peso de su incertidumbre.
—Yo nunca te dejaré ir —respondió él, su mirada intensa como un fuego que no se apagaba—. No quiero el divorcio. No vuelvas a mencionarlo. Eres mía, ¡solo mía!
Las manos de Manuel comenzaron a desabotonar su camisa, revelando su torso musculoso, una obra de arte que Mayte había admirado tantas veces.
Sus ojos se tornaron oscuros, llenos de deseo, y ella sintió que su corazón se aceleraba.
Las pupilas de Mayte se dilataron, atrapadas en la tormenta de emociones que Manuel desataba en ella.
Respiró despacio, tratando de contenerse, pero el magnetismo entre ellos era innegable.
Sintió las manos de Manuel sobre su piel, su aliento cálido en su cuello, y sus dulces labios, besándola con una ternura que la hizo estremecer.
No pudo pensar más.
Manuel era como una niebla que nublaba su razón, envolviéndola en un mundo donde solo existían ello