Esa noche, Martín durmió abrazado a Victoria, como si el simple contacto con ella pudiera sanar todos los meses de dolor, incertidumbre y miedo que había soportado.
Cada latido de su corazón se sincronizaba con el de ella, y en esa cercanía encontró la paz que había anhelado tanto tiempo. No iba a dejarla ir nunca más.
Ya había perdido demasiado, había confiado en quienes no debían, y casi había arruinado su vida por desconfianza y traiciones ajenas.
Pero esa noche, en la quietud de la habitación, prometió que nunca más volvería a equivocarse, nunca más permitiría que la oscuridad entrara en su corazón.
Al amanecer, Martín despertó antes que Victoria. La luz dorada del sol se filtraba por las cortinas, iluminando suavemente la habitación y resaltando cada detalle de su rostro.
Volver a verla, poder tocarla y simplemente respirar su presencia a su lado, era una bendición que no había sabido qué necesitaba hasta ese instante.
Cada gesto, cada parpadeo de ella, le recordaba por qué había