Había pasado una semana desde que Mayte anunciara con ilusión que quería organizar una gran fiesta para revelar el sexo del bebé.
El jardín de la casa se llenó de luces, flores y cintas en tonos pastel. La brisa suave de la tarde movía los manteles blancos, mientras la abuela revisaba los últimos detalles con esa mezcla de emoción y nostalgia que solo las madres mayores pueden sentir.
Mayte se movía de un lado a otro con una sonrisa nerviosa.
—¿Crees que quedará bien, Victoria? —preguntó, mientras ajustaba el lazo del arco de globos que decoraba la entrada.
—Va a quedar perfecto —respondió Victoria, ayudándola a colocar las luces pequeñas entre las plantas—. Es una noche especial, Mayte. Y tú… tú brillas.
Mayte rio suavemente, acariciando su vientre redondeado.
—No sé si brillo o si estoy llena de nervios —bromeó, con un brillo tierno en los ojos.
La abuela apareció con una bandeja en las manos.
—Todo está listo. Los invitados llegarán en menos de una hora. Los fuegos artificiales está