En el hospital.
El sonido de los pasillos era una mezcla de pasos, llantos y el eco distante de un monitor cardíaco.
Mayte llegó corriendo junto a la abuela, con el rostro pálido y los ojos rojos de tanto llorar.
—¡Por favor! —suplicó al llegar al mostrador—. Mi esposo, Manuel Montalbán… lo trajeron herido.
Una enfermera las miró con compasión.
—Está en cirugía, señora. Fue apuñalado en el abdomen.
Las piernas de Mayte se debilitaron.
La abuela soltó un sollozo desgarrador, y por un momento pareció que se desplomaría, pero unos brazos fuertes la sostuvieron. Era Martín.
—Tranquila, abuela —dijo, tratando de sonar sereno—. No se altere, por favor.
Ilse llegó detrás de él, visiblemente angustiada.
—¿Qué pasó? —preguntó, sin aliento.
Mayte levantó la mirada, con lágrimas corriendo por su rostro.
—¿Cómo pudo pasar esto? —dijo, casi sin voz—. ¿Quién haría algo así?
Un médico salió del quirófano, y todos corrieron hacia él.
—El señor Montalbán fue atacado en prisión —explicó—. Tiene una heri