—¡Hace un año me obligó a casarme gracias a la abuela! ¿Y ahora quiere el maldito divorcio? —rugió Hernando, golpeando con el puño el escritorio. Los papeles temblaron bajo su mano. Su respiración era profunda, su mirada oscura, como un animal acorralado entre el orgullo y la humillación—. ¿Acaso está loca? ¡Esto no se va a quedar así!
El asistente, el señor Rizard, tragó saliva.
Conocía perfectamente los estallidos del señor Montalbán; había aprendido a no contradecirlo… pero aquella vez se atrevió a murmurar algo.
—Señor… quizás esto sea una táctica. —Hizo una pausa, eligiendo las palabras con cuidado—. Tal vez solo quiere llamar su atención… reconquistarlo.
Hernando se detuvo. Su ceño fruncido comenzó a suavizarse apenas.
—¿Reconquistarme? —repitió, dejando que su ego hiciera el resto—. ¿Dices que… busca provocarme?
Rizard asintió con una sonrisa nerviosa.
—Claro, señor. Es obvio. Ella teme perderlo, y está usando esto para hacerlo reaccionar. Quiere que vuelva a mirarla.
Hernando s