Maryam sintió cómo su respiración se detenía.
El aire se volvió espeso, casi irrespirable.
Su cuerpo entero tembló, como si el suelo hubiera desaparecido bajo sus pies.
En un instante, todo en su interior dio vueltas; el corazón le golpeaba el pecho con violencia, y una sensación metálica subió por su garganta.
Y entonces, llegó el recuerdo.
Solo un destello, como un relámpago que ilumina la oscuridad de la mente.
Una imagen borrosa, fragmentada, pero suficiente para abrir una herida que nunca terminó de cerrar:
“Ella, llorando en la cama, escondida en un rincón, pidiéndole perdón por haberlo obligado a casarse”
Maryam parpadeó varias veces y volvió al presente.
El rostro que tenía frente a ella era el de una mujer joven, con labios pintados de un rojo provocador y una sonrisa cargada de triunfo.
—¿Qué… has dicho? —susurró Maryam, incrédula.
—Lo que escuchaste —repitió la mujer, saboreando cada palabra como si fueran miel venenosa—. Hernando y yo nos amamos. No eres más que un error de