La abuela observaba con ternura mientras Mayte se despedía de su hijo.
La escena era conmovedora, pero había un trasfondo de tristeza que la abuela no podía ignorar.
Mayte se arrodilló y abrazó a su pequeño, sus ojos brillaban con un amor profundo y una preocupación latente.
—Te prometo que volveré pronto, en unos días, mi amor. Cuida mucho a abuelita, y ella te cuidará. Pórtate bien, ¿sí? —dijo Mayte, su voz temblando ligeramente, como si cada palabra estuviera impregnada de una emoción que no podía contener.
—Lo prometo, mami —respondió el niño, su inocencia iluminando el momento, pero la abuela notó algo en la voz de Mayte que la inquietó.
Era un tono de angustia que no pasaba desapercibido.
La abuela se acercó a Manuel, alejando al niño con suavidad.
—¿Acaso se molestaron, hijo? —preguntó, su voz llena de preocupación.
El hombre asintió, y la abuela sintió un nudo en el estómago.
—Manuel, tonto, tienes que contentarla —dijo, tratando de infundirle confianza.
—No sé cómo… abuela… —r