Aurora lanzó un grito desgarrador cuando comprendió lo que había ocurrido.
Fue un instante, un parpadeo, y de pronto vio el hombro de Braulio herido, la sangre corriendo en un hilo espeso que manchaba su camisa. El impacto la dejó sin aire.
Su corazón pareció quebrarse.
—¡Braulio, no! —exclamó, sintiendo cómo el mundo se le derrumbaba.
Braulio lanzó un gemido ronco, la voz cargada de dolor.
La bala no había atravesado por completo, pero estaba incrustada en el hombro, quemando su piel como fuego líquido. El dolor era insoportable, un ardor que lo hacía tambalear, pero aun así intentó mantenerse firme.
—¡Estoy bien, estoy bien, no llores, por favor! —jadeó, tratando de tranquilizarla, aunque apenas podía sostenerse.
Entonces, Ricardo se acercó a Aurora con una rapidez enfermiza. La tomó del brazo con fuerza y le apuntó la pistola directamente a la sien. Ese gesto bastó para que el alma de Aurora se congelara.
Braulio sintió un rayo de terror atravesarle el pecho.
—¡Ricardo, maldición, n