Braulio bajó del auto sin pensarlo dos veces, como si una fuerza primitiva lo arrastrara sin darle opción a la cordura. Sentía el corazón bombeando con violencia, un rugido interno latiéndole en la sien, alimentando cada uno de sus movimientos.
El mundo se redujo a una sola imagen: Ricardo, tomando la mano de Aurora, acercándose a ella, invadiendo un territorio que para Braulio no solo era sagrado, sino vital.
En ese instante, él ya no podía razonar. No podía detenerse. Ni siquiera quería hacerlo. El impulso lo dominó por completo.
Se lanzó contra ese hombre con una furia que apenas parecía humana.
El puñetazo fue tan rápido que Aurora no logró soltar siquiera un grito antes de que ambos cayeran al suelo.
Cuando intentó reaccionar, ya estaban rodando, envueltos en una mezcla brutal de celos, dolor, orgullo herido y años de tensiones contenidas.
Las manos de Braulio se cerraron en puños que golpeaban sin tregua, ignorando el ardor que comenzaba a quemarle la piel de los nudillos.
Sentía