Victoria se alejó de él, temblando. Su respiración estaba agitada, el corazón golpeándole el pecho como si quisiera escapar.
De pronto, la rabia y la confusión se mezclaron, y su mano se alzó con fuerza.
La bofetada resonó en el aire, seca, furiosa.
—¡No vuelva a besarme! ¡Aléjese de mí! —gritó Victoria, con lágrimas contenidas, la voz rota de humillación.
Martín se quedó inmóvil, aturdido, con la marca del golpe ardiendo en su mejilla. No la siguió. No pudo.
Solo la miró alejarse con paso firme, la espalda erguida, intentando sostener su dignidad.
Cuando ella se fue de ahí, la oscuridad pareció más profunda, el silencio lo envolvió por completo.
Llevó los dedos a sus labios. Todavía sentía el temblor, el calor, el deseo que la cercanía de esa mujer había despertado en él.
Se maldijo en silencio.
—¿Qué demonios me pasa? —murmuró, con un tono que mezclaba frustración y desconcierto.
Apretó el puño, lanzó un suspiro cansado, y por primera vez en mucho tiempo, sintió miedo… no de perder e