Cuando los pasos se alejaron por el pasillo, Mayte no pudo evitar mirar atrás.
La tenue luz de la luna se colaba por la ventana, iluminando apenas la silueta de un hombre que permanecía quieto, observándola.
Lo reconoció de inmediato, aunque solo por nombre y rumores.
Era Manuel Montalbán, el hermano infame de Martín, aquel que la gente solía llamar “el loco”.
De niño, decían, era un peligro ambulante; de adulto, se había convertido en algo peor: una fuerza impredecible, una hierba mala que nadie osaba desafiar.
Corrían historias oscuras sobre él, incluso que había dejado a un primo suyo en silla de ruedas por un simple rencor, además, solían decir que fue él quien lanzó a su hermano Martín al lago donde casi muere.
Por eso, Mayte siempre le temió.
Su fama le precedía, y ahora, de pie frente a Mayte, aquella reputación cobraba vida de un modo que le hizo recorrer un escalofrío por la espalda.
Era hijo del primer esposo de Ilse, quien murió demasiado pronto, y desde entonces su relació