Aurora respiró hondo mientras el viento húmedo del muelle le golpeaba la cara.
El olor a sal la envolvía, y las maderas crujían bajo sus pies cada vez que daba un paso hacia adelante.
Había llegado temprano, demasiado temprano, quizá, pero no podía darse el lujo de que Samantha se adelantara a sus amenazas. El mensaje aún ardía en su mente, como una sentencia:
“Si no vienes, lo diré todo, a tu abuela y a la abuela de Braulio, ellas van a sufrir mucho. Y te juro que voy a destruir a tu familia.”
Aurora había temblado al leerlo.
No por miedo a la verdad, sino por rabia, por la crueldad con que Samantha era capaz de operar. Aun así, decidió enfrentarla. Quería acabar con ese infierno.
Llevaba su maleta consigo; no era solo un objeto, era una declaración silenciosa.
Estaba dispuesta a abandonar ese matrimonio, regresar a su casa y pedir el divorcio. No quería seguir viviendo rodeada de sombras, dolor y mentiras. Iba a mirar a Samantha a los ojos y explicarle que ella no era su enemiga, qu