A la mañana siguiente, Aurora abrió lentamente los ojos. Por unos segundos no supo dónde estaba. La habitación blanca, el olor a desinfectante, el pitido constante del monitor… todo le pareció ajeno, hasta que lo vio a él.
Braulio estaba sentado a su lado, inclinado hacia la cama, dormido con la cabeza recargada sobre su brazo. Había pasado la noche ahí.
“¿Braulio… estuvo cuidándome toda la noche?”
Ella recordó de golpe el dolor, la sangre, el mareo. Su respiración se agitó.
Braulio abrió los ojos de inmediato, como si hubiera sentido el cambio en ella.
—¡Aurora! —exclamó, incorporándose de golpe—. ¿Cómo te sientes?
—¿Estoy… bien? ¿Qué me pasó? —murmuró confundida.
Él tomó su mano con una delicadeza casi temerosa.
—Aurora… —respiró hondo—. Dicen que intentaron envenenarte.
Sus ojos se abrieron con sorpresa helada.
—¿Qué? ¿Quién haría algo así? ¿Por qué?
—No lo sé —respondió Braulio con la voz cargada de rabia contenida—. Pero voy a averiguarlo. Te lo juro, quien haya hecho esto va a pa