Cuando Maryam abrió los ojos, la claridad del amanecer entraba a través de las cortinas entreabiertas, bañando la habitación con un resplandor tibio.
Parpadeó un par de veces, confusa.
Sintió el roce de una piel cálida a su lado y, al girar la cabeza, su corazón se detuvo.
Allí estaba él.
Hernando Montalbán. Su exesposo. El hombre al que había jurado no volver a ver, ni en sus sueños.
El pánico la invadió como una marea helada. Su respiración se agitó y, por un instante, deseó que todo fuera un mal sueño.
—No... no puede ser —susurró con voz temblorosa, llevándose una mano a la frente.
La escena de la noche anterior apareció en su mente como una ráfaga cruel: las copas de vino, la discusión que terminó en un beso furioso, las manos de él recorriéndola con la misma pasión que antes, esa mezcla de odio y deseo que siempre los destruía.
—Maldita sea, Maryam —se dijo a sí misma—. ¿Qué hiciste?
El hombre a su lado dormía profundamente, su respiración pausada, su cuerpo aún fuerte y atracti