La boda se realizó bajo un cielo despejado, como si el universo mismo hubiera decidido bendecir aquel enlace que, en apariencia, prometía amor y felicidad.
Los invitados aplaudieron cuando Aurora y Braulio pronunciaron el “sí, acepto”, y el murmullo de las voces llenó la capilla.
Todos sonreían. Nadie imaginaba que tras las sonrisas se escondían verdades que pronto saldrían a la luz.
Durante la fiesta, las luces del salón titilaban con elegancia y el murmullo de los invitados se mezclaba con el sonido del violín.
Aurora y Braulio fueron llamados al centro del salón para abrir el baile. Todos los ojos se posaron en ellos.
El vals comenzó con una melodía suave.
Braulio la tomó de la cintura y la atrajo hacia sí. Aurora, aunque sonreía, sentía cómo su corazón se resistía a ese contacto.
Su cuerpo estaba tenso. Aquella cercanía le resultaba incómoda, casi insoportable.
—Mírame —susurró Braulio con una sonrisa ensayada, apretando ligeramente su cintura—. Tienes que parecer enamorada. Mi ab