Al día siguiente, Mayte y Manuel salieron temprano de casa, todavía con la emoción fresca de la fiesta de revelación. El sol de la mañana iluminaba las calles de la ciudad, dándoles ese brillo cálido que parecía reflejar justo lo que ellos sentían por dentro.
Tenían una alegría nueva, vibrante, casi juvenil. Iban a ser abuelos otra vez… pero esta vez de gemelas. Esa noticia había tocado fibras profundas en ambos.
Entraron de la mano en la primera tienda para bebés, atraídos por los colores suaves y los pequeños escaparates llenos de peluches. Mayte soltó un suspiro emocionado al ver un par de moisés blancos, adornados con encajes delicados y un listón rosado en cada uno.
—Manuel, mira estos —dijo con ternura en la voz.
Él se acercó y los tocó apenas con la punta de los dedos, como si fueran demasiado frágiles.
—Son perfectos… igual de perfectas que nuestras niñas van a ser.
A medida que avanzaban por los pasillos, iban escogiendo pequeñas prendas: vestidos diminutos, calcetitas bordada