—Intentaste secuestrar a Maryam y Mayte. —Manuel mantuvo el arma apuntando a su madre sin temblar, aunque por dentro se estaba rompiendo—. ¿Qué pensabas hacer con ellas? ¿Qué querías lograr?
Ilse lo miró con una mezcla de locura y resentimiento acumulado. Sus ojos parecían dos pozos vacíos donde alguna vez habitó una madre y ahora solo quedaban restos de obsesión.
—¿No lo ves? —escupió con rabia—. Ellas destruyeron nuestra familia. Por culpa de esa mujer, de Mayte, tú me odias. Y Maryam… —sus labios se torcieron—. Esa mujer me robó a mi nieto Hernando, ¿o no te das cuenta?
Manuel respiró hondo. No había miedo en él, solo cansancio.
La había escuchado repetir esas ideas una y otra vez desde que era niño, siempre culpando a otros, nunca mirándose a sí misma.
—No —dijo con firmeza—. La única responsable de que la familia se destruyera eres tú. Solo tú, Ilse. Tú arruinaste lo que tocaste. Fuiste una madre cruel, manipuladora, incapaz de amar sin poseer. —Su voz se endureció aún más—. Tú de