Manuel subió al auto con el rostro endurecido, sin decir una sola palabra, mientras los hombres capturados eran empujados al interior del vehículo por los guardias.
La tensión dentro del auto era tan densa que casi se podía cortar con un cuchillo.
Nadie se atrevía a mirarlo directamente; todos conocían esa expresión… la que Manuel solo mostraba cuando alguien tocaba lo más sagrado para él: su familia.
El trayecto hacia la bodega abandonada, propiedad de Bella Antica, fue silencioso y opresivo.
La noche estaba húmeda, pesada, como si también ella presintiera la violencia que estaba por estallar.
Al llegar, las puertas metálicas chirriaron con un ruido desagradable.
Los guardias sacaron a los dos hombres a rastras.
Ellos ya no se mostraban valientes ni agresivos; temblaban, con el rostro empapado de sudor y el miedo clavado en los ojos.
Los ataron a unas sillas metálicas, iluminadas por un foco industrial que caía directamente sobre sus rostros, mientras el resto de la bodega permanecía