Al día siguiente, el aire en el juzgado era denso, cargado de tensiones y emociones reprimidas.
Mayte y Martín se encontraron en el vestíbulo, rodeados de abogados que intercambiaban miradas nerviosas y susurros apenas audibles.
El ambiente era tenso, como si cada rincón del lugar estuviera impregnado de la historia de su relación, una historia que ahora se encontraba al borde de un final definitivo.
—¿Estamos listos para ver al juez y, por fin, firmar el divorcio? —preguntó uno de los abogados, su voz temblando ligeramente, como si temiera la respuesta.
Martín se quedó en silencio, la mirada perdida en el suelo, mientras Mayte, con una determinación renovada, respondió rápidamente.
—Estamos listos.
Sin embargo, justo cuando todo parecía encaminado hacia el desenlace esperado, una voz resonó en el aire.
—¡Esperen!
Mayte se volvió, su corazón latiendo con fuerza, y miró a Martín con una mezcla de rabia y miedo.
Había rezado porque no se opusiera, luego de ayer y pensar que no volvería a