Martín tomó sus labios con desesperación, en un beso que luchaba por ser pasional, que buscaba reclamarla, como si pudiera marcarla con sus labios.
Era un acto de desesperación, un intento de retener lo que se le escapaba entre los dedos.
Pero había algo más, algo que él no esperaba: un rechazo absoluto.
No, Mayte esta vez no peleó, no intentó alejarlo. Fue algo peor que todo eso.
Ella simplemente se quedó quieta, como una muñeca inflable, como una estatua de hielo.
No reaccionaba.
Cuando él abrió los ojos, descubrió que ella tenía los ojos abiertos, pero estaba inmóvil, como si su cuerpo hubiera decidido desobedecer a su corazón.
La frialdad de su respuesta lo golpeó con más fuerza que cualquier palabra hiriente.
Él luchó por el beso, por el momento que una vez había sido lleno de promesas y pasión, pero al final, se alejó de ella con rabia y frustración.
Golpeó la pared al lado de ella con tal fuerza que casi rompe su mano, el sonido resonó en el pasillo vacío como un eco de su propi