Mundo ficciónIniciar sesiónJuliette
—¿Y qué quieres hacerme, Seth? Mi desafío quedó flotando en el aire denso de la oficina. Seth se quedó inmóvil. Sus ojos negros bajaron a mi boca, devorándola. Por un segundo, sentí el calor de su cuerpo irradiando hacia el mío, esa promesa de violencia y placer. Mi corazón golpeaba contra mis costillas, suplicando que rompiera la distancia. Pero entonces, parpadeó. El hielo volvió. Y se apartó bruscamente. —Vuelve a tu sitio —ordenó, con voz fría y metálica—. Y termina el informe. La decepción fue un golpe físico en el estómago. Me sentí estúpida por haber deseado su beso, por haber creído que la tensión entre ambos ganaría a su rencor. —Como digas, jefe —repliqué, inyectando todo el veneno posible en mi tono para ocultar que me ardía la piel. Volví a mi escritorio y me senté, pero era incapaz de concentrarme. Lo miraba de reojo. Se había remangado la camisa, dejando ver sus antebrazos fuertes. Verlo trabajar era una tortura. Lo odiaba, pero mi cuerpo lo reconocía como suyo. El silencio tenso se rompió media hora después cuando la puerta se abrió sin previo aviso. —¡Sorpresa! Una mujer entró como un huracán de perfume caro. Rubia, despampanante, enfundada en un vestido rojo que gritaba "Mírame". Reconocí a Lydia Vale. hija de un magnate del acero y famosa por sus escándalos. Seth levantó la vista. La frialdad desapareció, reemplazada por una sonrisa encantadora que me revolvió las entrañas. —Lydia —dijo él, levantándose—. No te esperaba hoy. —No podía aguantar para ver tu nuevo reino. Ella se lanzó a sus brazos y lo besó en la mejilla, demorándose demasiado, rozando la comisura de sus labios. Sus manos con uñas rojas se posaron posesivamente en el pecho de Seth, justo donde yo había querido tocarlo. —Te sienta bien el poder, cariño. «¿Cariño?» Se me revolvió el estómago. Seth no la apartó. Le rodeó la cintura, mirándome de reojo para asegurarse de que yo viera el espectáculo. —¿Te gusta? —preguntó él. —Me encanta. Aunque... —Lydia barrió la habitación con la mirada y se detuvo en mí, acorralada en mi rincón—. ¿Quién es esa? ¿La nueva secretaria? Apreté el ratón de la computadora, pero no bajé la mirada. Seth sonrió con malicia. Sabiendo lo que estaba provocando. —Es mi asistente personal —dijo, restándome importancia—. Está aquí para servirnos. —Ya veo —asintió ella. «Nota mental: escupir en su café la siguiente vez» Lydia se sentó en el borde de su escritorio, cruzando las piernas para exhibirlas ante él. —Cuéntame cómo destruiste a los Leclerc. Empezaron a hablar. Ella lo tocaba constantemente. El brazo, el hombro, la corbata. Seth le seguía el juego, riendo, devolviéndole las caricias. Era una tortura diseñada específicamente para mí. «¿Quieres jugar a darme celos, Seth? Bien. No te daré el gusto». Me recosté en mi silla, crucé las piernas y solté un bostezo ruidoso, sin cubrirme la boca. Luego, levanté mi mano y empecé a inspeccionar mi manicura con una lentitud exagerada, como si estuviera muriéndome de aburrimiento. El silencio cayó en la oficina. Levanté la vista. Seth me miraba por encima del hombro de Lydia. Su mandíbula estaba tensa. Odiaba mi indiferencia. —¿Te aburres, Juliette? —preguntó, afilado. —Oh, disculpa, ¿acaso te molesto? —dije con una sonrisa inocente—. ¿Necesitan algo o puedo seguir mirando la pared? Lydia me fulminó. —Qué impertinente. Seth, deberías despedirla —bufó y se volvió hacia él—. Tengo sed, cariño. Dile que nos traiga algo. Seth mantuvo sus ojos clavados en los míos, desafiante. —Trae agua helada para la señorita Vale. Y café para mí. Me levanté despacio, alisando mi falda. Busqué lo que me pidió sintiendo la sangre hervir bajo mi piel. Cuando volví, Lydia seguía prácticamente encima de él. —Es increíble que tengas a alguien así —decía ella—. Se nota que es una resentida. Qué triste. Llegué junto al escritorio. Lydia ni me miró, extendiendo la mano. —Déjalo ahí. Miré a Seth. Él estaba cómodo, permitiendo que ella me insultara. La jarra pesaba en mi mano. —Aquí tienen —dije. Hice el ademán de dejar la jarra, pero mi muñeca giró "accidentalmente". El agua helada, junto con los cubos de hielo, salió disparada en un arco perfecto. No mojó a Lydia. Cayó directamente sobre Seth. El agua empapó su camisa blanca al instante, volviéndola translúcida, pegándose a sus pectorales definidos. —¡Ahhh! —gritó Lydia, saltando para no mojarse los zapatos—. ¡Estúpida! ¡Mira lo que has hecho! Seth levantó de golpe, el agua goteando de su barbilla. El silencio fué absoluto. Me llevé una mano a la boca. —¡Oh, lo lamento! —exclamé, sin sentir ni una pizca de pena—. Se me resbaló. Lydia corrió hacia él con un pañuelo minúsculo. —¡Seth, cariño! ¡Estás empapado! Déjame ayudarte, esa inútil debería ser... —Fuera —ordenó Seth, serio, en un tono sombrío que no admitía réplica. Su grito hizo temblar las paredes. —¿Q-qué? —balbuceó ella. —He dicho que fuera —repitió Seth, sin mirarla. Sus ojos oscuros, prometiendo asesinato, estaban fijos en mí—. Largo de mi oficina, Lydia. Ahora. Lydia, asustada, agarró su bolso y salió corriendo. La puerta se cerró y nos quedamos solos. Seth estaba empapado. La camisa se le adhería al cuerpo marcando cada músculo, cada línea de su torso perfecto. Tenía una mirada oscura, un aspecto salvaje, peligroso. Era la imagen más erótica y aterradora que había visto. Caminó hacia la puerta y giró el pestillo. Se giró lentamente hacia mí. No había sonrisas. Solo oscuridad pura. Empezó a caminar en mi dirección, desabrochando los botones de la camisa uno por uno sin apartar su mirada de la mía. Retrocedí hasta chocar contra la pared. —¿Se te resbaló? —preguntó suavemente, atrapándome. —Fué un accidente —mentí, aunque el corazón se me salía del pecho. Seth tiró su saco mojado al suelo. Se inclinó hasta que su nariz rozó la mía. No agaché la mirada. Podía sentir su aroma a gel de ducha, a furia y a deseo reprimido. —Mientes muy mal, Juliette —negó—. Has hecho un desastre… y ahora tendrás que limpiarlo.






