Juliette El ascensor privado subía a una velocidad vertiginosa. El ambiente dentro del espacio reducido estaba tenso y la fragancia de Seth impregnaba el aire, enviciandome en silencio. Podía olerlo —esa mezcla de colonia cara y su propia piel— y, Dios, era humillante admitir que, a pesar del terror, una parte de mí quería acercarse a él. Quería que esa indiferencia se rompiera, aunque fuera para gritarme. Él estaba a mi lado, inmóvil como una estatua. No me miraba. Ni siquiera parecía respirar el mismo aire que yo. Pero su presencia llenaba el espacio reducido, sofocante y masculina. Ding. Las puertas se abrieron directamente al interior del ático. Salí con pasos dudosos. Si esperaba un hogar, me equivoqué. El lugar era impresionante, sí, digno de una portada de revista de arquitectura, pero tenía la calidez de un cementerio. Paredes de cristal de suelo a techo mostraban la ciudad a nuestros pies. El suelo era de mármol negro pulido. Los muebles eran escasos, de cuero oscuro y
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