Observó a su mejor amigo de la infancia nervioso junto al altar. Había trascurrido casi cuarenta años desde la unión con la mujer que se había convertido en la dueña de su vida. Aún después de tanto tiempo se veía como un colegial enamorado. La pelirroja siempre le gustó hacerse de rogar, en sus segundas nupcias no iba a mostrarse diferente.
Karla permanecía al otro lado del altar, a lo largo de la mañana se había quejado de un modo incesante con Elián, odiaba el traje de dama de honor que le confeccionó. Contuvo la sonrisa cuando ella le dirigió la mirada, a veces creía que podía leerle el pensamiento. Alzó una ceja y dejó los ojos en blanco, casi podía sentirla pellizcarlo en la distancia y preguntarle al oído qué le hacía tanta gracia.
Lo cierto era que el vestido ajustado no era apropiado para su edad ni las curvas obsequiadas con el pasar del tiempo. Cada una de ellas era la prueba de los estragos que su historia de amor había hecho en el cuerpo. Él también había cambiado. Puede