Capítulo 2: ¿Un ángel?

—¡Qué buenas horas de llegar, Lorena! —Se levantó del asiento sin dejar de observar a su amiga y a la mujer que la acompañaba. «Debe estar de broma, ¿quién es esa?».

La sola visión de la mujer la dejó en shock. Era como ver su pasado, el que tanto quería ocultar, contonearse en su cara y reírse de ella.

—Hola, Aledis; disculpa que llegue tan tarde, me surgió un contratiempo —la estridente voz de Lorena la hizo elevar la comisura del labio superior con un gesto de coraje.

—Ya me imagino, una noche sin dormir abriéndote de piernas para el primero que encontraste. —Movió la mano intentando quitar importancia a su malintencionado comentario.

Así es como se sentía segura. Siendo una perra, no permitiría a nadie más entrar a su corazón y menos permitiría que la dañaran.

—¡No seas tan burra!, no fue el primero que encontré. Charlé con él durante una hora en un pub. —Lorena señaló a la chica a su lado—. Ella es Remedios, mi vecina y tu nueva trabajadora.

Por fin sabía el nombre de lo que fuese ese animal en peligro de extinción. «Dios mío —rogó de nuevo a Dios en su mente—, ¿por qué te empeñas en ponerme a prueba esta mañana?».

—¿Remedios? No le veo remedio alguno a esa cara, pero ¿la has visto? Me va a espantar a la clientela. —Ambas mujeres abrieron los ojos con asombro. La sinceridad era su punto fuerte y la crueldad llevaba años practicándola.

Creyó que, con aquel insulto, el engendro de satán bajaría la cabeza y se marcharía, así podría dejar de verse reflejada en ella y que los recuerdos que tanto la dañaban dejaran de intentar regresar a su mente, pero, en lugar de hacer eso, contestó.

—Mi rostro no me resta méritos. Soy muy trabajadora, mi madre que en paz descanse me enseñó a coser casi desde niña. Hago mi propia ropa, no se arrepentirá de contratarme —la cosa horrorosa deslizó cada palabra con seguridad.

¡Seguro había hecho un pacto con el diablo! No era posible que semejante oso hormiguero tuviese tanta fe en sí misma. Ni ella, que había luchado tanto por ser quien era en la actualidad tenía esa autoestima.

Decidió que continuaría atacándola y sacaría su arsenal pesado de insultos.

—Espero que tu trabajo no sea coser andrajos parecidos a los que llevas, ¿qué edad tienes?, ¿cincuenta? —Aledis se atusó el cabello con coquetería, dejando claro quién era la belleza allí.

—¿Por qué eres así? —se quejó su amiga—. Es muy buena persona y a copiado trajes idénticos a los tuyos para mí. Ya sabes que mi economía no me da para pagar tus diseños.

¡Aquello era el colmo! ¿Cómo se atrevía a hacer tal cosa?

—¡Ahora en vez de darle trabajo debería llevarla a la cárcel por plagiadora!

—¡¿Cómo?! —gritaron ambas mujeres.

Ale sonrió a pesar del enfado momentáneo, era cierto que Lorena no podía permitirse comprar nada en su boutique y estaba segura de que la costura de esa mujer no podía compararse en nada al trabajo de un profesional como Elián.

—Tranquila, Reme, solo bromeaba. —Se llevó a los labios un vaso con agua, provocando un silencio intenso e incómodo—. No te querrían ni en la cárcel, voy a tener que ponerme gafas de sol para que no me deslumbre lo fea que eres.

—Me marcho, no estoy dispuesta a soportar esto. —Remedios quiso huir indignada y era lo que Aledis quería.

—No te vayas, solo deja que se le pase. Siempre es así cuando se encuentra con alguien... —Lorena intentó actuar de mediadora.

—¿Feo? —preguntó, sin delicadeza—. No te lo tomes a mal. ¿Ves esa puerta que se encuentra al fondo? —Señaló hacia la trastienda—. Entrad allí y Elián os dirá que tienen que hacer.

Las mujeres asintieron y caminaron bajo el escrutinio de su mirada.

«¡Qué día tan horrible! Debe ser la antesala del apocalipsis, ¿será una epidemia?». Sintió un escalofrío y sacudió su cuerpo como si así dejara escapar los virus que pudieran caer sobre ella.

Observó la manera en que Remedios caminaba arrastrando los pies, enfundados en unas zapatillas más propias de una anciana que de una muchacha joven como ella. Llevaba una horrenda falda plisada de cuadros hasta las rodillas y la acompañaba con un jersey color verde pistacho de cuello alto. Detuvo su inquisitiva mirada en el cabello recogido en una trenza a un lado de la cabeza. Se notaba en aquel peinado el grueso del pelo y las pequeñas hebras despeinadas que sobresalían, como si tuviese electricidad.

—Te puedo recomendar un acondicionador que hace milagros y un estilista que haría maravillas con tu cabello, yo te podría acompañar —gritó antes de que se marchara.

«¿Por qué dije eso? No, yo no pienso acompañar a nadie ni ayudar a nadie. ¿Quién me ayudó a mí?»

Remedios dio un paso atrás y se dio la vuelta para mirarla.

—¿Cómo dice? —preguntó y dejó ver una sonrisa cínica y cargada de asco.

Comprendía la reacción, no se había portado amable, pero su último comentario no fue con intención de ofender. Así que, ante el desprecio de Remedios, decidió que un buen ataque era lo mejor.

Ale señaló la cabeza con expresión hastiada.

—Tu cabello, retardada, parece un estropajo sucio. Te voy a regalar un bote de crema suavizante para que mañana vengas más presentable a trabajar.

—Disculpe, ¡¿retardada?!

¿Qué más armas tendría que usar para que se fuera? Parecía ser el día de los feos y ella no podía soportar tanta monstruosidad a su alrededor. Bastante tenía con verse al espejo todos los días y luchar por visualizar su yo actual y no el del pasado. Debía calmarse, Elián la mataría si se enterara de que había despachado a la nueva costurera.

—¡Ay! Remedios, me confundí, pero con las preguntas tan tontas que haces... —Hizo círculos con el dedo índice a un lado de la cabeza—. Se ve que tu mamá en el embarazo no cocinó bien tu cerebro.

La chica apretó los puños y los labios en lo que parecía un intento por contener su furia.

—Si quiere dañarme, señora Aledis, déjeme decirle que tendrá que hacerlo mejor. Estoy acostumbrada a toda clase de insultos, no será usted la primera ni la última. —Le dio la espalda y entró a la trastienda dejándola con un nudo en la garganta y un grito deseoso de salir.

—¡¿Cómo me llamó?! ¡Señora! El adefesio se atrevió a decirme señora.

Con un gesto dramático agarró unas carpetas del mostrador y comenzó a abanicarse con ellas como si le faltara el aire. ¡Qué inmundo día!

                                                  *************

—Mamá, ya estoy aquí. —Brais llegó a la casa en la que vivía con su madre de un excelente humor.

—Hola, mi niño, ¿dónde fuiste? —la mujer que le dio la vida preguntó dándole un beso en la mejilla.

Lo cierto era que ya tenía una edad como para no tenerle que dar explicaciones, pero le gustaba cuidar de ella.

—Fui a comprar un regalo para el cumpleaños de Cristian.

Su madre sonrió con gesto amoroso.

—Me alegra que salgas y te dé un poco el aire, no lo haces de forma regular. —Acarició su mejilla y volvió a sentirse un niño—. Pasas tu vida encerrado tras esas máquinas.

—Mamá, no son máquinas, son ordenadores y es mi trabajo. Gracias a ellos es que vivimos en esta enorme casa.

—Sí, eso es cierto. Si tu padre viviera estaría muy orgulloso al ver el hombre exitoso en el que te has convertido.

La muerte de su padre era un dolor que siempre llevaría consigo.

—Pero ya no podrá verlo. —Agachó la cabeza y mostró la desolación que sentía.

—Estoy segura de que te observa desde el cielo, hijo, está cuidando de ti.

Brais no quería enturbiar ese día, se encontraba demasiado feliz como para decaer en ese instante.

—Dejemos de hablar de tristezas, hace un hermoso día. ¿Por qué no vas a refrescarte a la piscina? Disfruta mamá ya trabajaste demasiado, deja que cuide de ti.

Besó la frente de su progenitora y se alejó camino de su habitación. Por un momento le pareció que ella lo llamaba, pero estaba deseando soltar la bolsa y darse un baño. Al llegar al pasillo que daba a su habitación abrió la puerta del cuarto y halló a su amigo acostado en la cama.

—Joder, Cristian, ¿qué haces aquí? —Escondió el regalo en su espalda con un gesto poco disimulado.

—¡¿Qué voy hacer?!, esperándote para trabajar. Soy la imagen de tu empresa; ya sabes, el guapo que pone el rostro del imperio informático que creamos juntos. —Sacudió la cabeza ante la estupidez de su amigo—. ¿Tú tan risueño?, qué raro que no hiciste volar alguno de tus muñecos frikis de colección hacia mi cabeza. ¿Por qué de tan buen humor?

—Por nada, no es de tu incumbencia. —Soltó el regalo sobre la silla, molesto.

Ya no le importaba que lo viese porque lo acababa de poner de mal humor.

—¿Y eso? —Sostuvo la bolsa con curiosidad—. ¡Dios mío, gracias por hacerme el milagro! Al fin la Bestia se va a vestir como un caballero, trae ropa de mi diseñadora favorita.

—Bestia lo será tu padre y no es para mí —argumentó, dolido.

—Ya decía yo, dos milagros en el mismo día eran demasiado. Tú saliendo de la baticueva y encima comprando ropa de marca. Siempre seré la Bella en esta relación —dijo, tornando su voz afeminada y colocando una mano en el pecho como si sufriera.

—Pruébatela para saber si es de tu talla, es tu regalo de cumpleaños, uno de ellos. El otro será enviarte a la luna.

—¿Para mí? Eres el mejor amigo que se puede tener.

El gesto pícaro de Cristian le hizo reír y olvidar el malestar anterior.

—Lo sé, también soy el único que tienes, nadie más te aguanta.

Vio a Cris observar la camisa negra y por unos momentos su mente divagó en la dependienta de cabello rojizo que lo atendió; nunca vio una mujer más bella. Y lo mejor fue la forma amable en la que se comportó con él, jamás una fémina que no fuera de la familia le dedicó una palabra cordial. Bueno, hubo una antes de Aledis.

«¡Cómo para olvidarla! Mi primera vez, la única que pasó por mi vida de manera romántica». Aunque romántica era tan solo una forma de llamarlo. La chica que recordaba había sido una prostituta contratada por su mejor amigo el día que cumplió los veinticinco años. Cristian decidió que no podía seguir en ese estado célibe, así que lo engañó presentándole una fémina más que dispuesta a caer en los encantos que no poseía.

«Le creí como un idiota. Con razón el muy imbécil me insistía tanto en que usara protección». Sin embargo, la pelirroja fue afable sin necesidad de pagar por ello. Sin saber de su estado económico. Le sonrió de tal forma que lo atrapó en sus encantos. «También le pagaste, imbécil; compraste en su tienda. Eres tonto, ¿por qué te engañas? ¡Jamás aceptaría ni un solo café que viniera de ti!». Sacudió la cabeza intentando mandar a callar a su conciencia.

—¿Cómo me veo? —Su amigo lució sus encantos frente a él con la nueva camisa.

—Te queda genial, como todo lo que te pones. De algo tendrá que servir las dos horas diarias que pasas en el gimnasio.

Cristian sonrió abriendo de nuevo los botones y mostrando su cuidado torso, a la vez que pasaba la yema de los dedos desde su pecho hasta el abdomen.

—Y las vuelve locas, todas quieren rallar su lengua en estas piedras.

—¡Qué asco me das! —Dejó los ojos en blanco y se acomodó en la silla.

—¿Asco? ¿No será envidia, mi amada Bestia? Deberíamos cambiar el nombre a la empresa y llamarnos así.

—¿Cómo? —A veces no conseguía entender las locuras de Cristian.

—Pues como va a ser, ¡vaya si eres lento! La Bella —Se señaló a sí mismo—, y la Bestia. Con solo mostrar tu foto de la primera comunión espantaríamos a todos los clientes.

—Gracias por recordarme mi poco agraciado rostro, por eso tú eres la imagen y yo el cerebro.

Nunca le afectaban las bromas, pero aquel día tras sentir un deseo que hacía mucho tiempo aprendió a ocultar, sufrió una enorme tristeza que se mostró en su semblante.

—¡Eh! Perdóname no quería ofenderte. —Sintió el brazo de su amigo colocarse sobre los hombros.

—Era hermosa, la mujer más bella que vi —balbuceó sin lograr detenerse.

—Así que esa cara de perro abandonado es por una mujer. ¿Y quién es ella?

—Aledis.

—Aledis —repitió—. ¿Qué Aledis? No me jodas, ¿la diseñadora? ¿La tremenda pelirroja con esas dos pechugas? —Alzó las manos fingiendo agarrar en el aire el seno de una mujer—. Y el culazo que tiene, la agarraba por las caderas y le metía to’ lo gordo.

—¡Te quieres callar!

Cristian aminoró el movimiento que estaba haciendo arqueando la pelvis hacia delante y atrás, acompañándolo de unos brazos agarrando el aire.

—Vaya que sí te afectó, no te lo tomes a mal, la chica está muy buena.

—Es un ángel —suspiró, rendido y sabiendo que nunca tendría posibilidades.

—Un ángel follador. La subiría sobre mí y le dejaba el culo rojo a...

—¡Qué te calles! —gritó, frustrado—. Ella es especial, se ve tan buena, educada, encantadora.

—Un estuche de monerías muy follable. Ya no te hagas, ¿le restregaste la herramienta? ¿Le hiciste gritar tu nombre? Ya sé, ¿la drogaste para que se acostara contigo, o te puso una bolsa en la cabeza?

—No seas idiota, no me acosté con ella solo me vendió la camisa.

—Amigo, si no fuera por mí morirías virgen. Aunque con el tiempo que llevas sin darle uso… solo te diré que la carne que cuelga se pudre y si yo fuera mujer no me acercaba a ese trozo putrefacto ni loca. —Cris negó con la cabeza, y lo miró con ojos de borrego a medio morir a pesar de que sus palabras fueron hirientes.

—Gracias por los ánimos, no sé qué haría sin ti. Mejor vamos a ponernos a trabajar.

Desde el momento en que la vio no logró sacarla de su mente. Esa mujer tenía algo que no lograba descifrar. Necesitaba hablar con ella y conocerla, pero era consciente de que nunca aceptaría regalarle un solo minuto de su tiempo. Tenía que acercase y no del modo convencional. Lo que no sabía era que, aquella pelirroja, distaba mucho de ser el ángel con el que él soñaba.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo