CAPÍTULO — EL MAR DE LA SOLEDAD
La noticia lo alcanzó como un golpe de viento helado.
Un viajero que había cruzado las tierras de la manada le llevó el rumor:
Khael, su hermano, se había casado con su Luna.
Alaric no respondió. Solo asintió con la cabeza, como si esas palabras fueran piedras que caían en un pozo sin fondo. Cuando el hombre se marchó, quedó solo en la playa desierta que había elegido como refugio. El mar rugía con violencia, como si quisiera arrancarle el alma.
Caminó descalzo hasta que la espuma le cubrió los tobillos.
Su respiración era áspera, su pecho ardía.
Había amado a una sola mujer, y la había perdido.
Elizabeth.
Su nombre era un eco que se deshacía entre las olas.
—Hermano… vos encontraste lo que yo perdí —murmuró, mirando el horizonte.
Se dejó caer de rodillas sobre la arena húmeda. El salitre le ardía en los labios, pero no más que la herida en su corazón.
Por un instante, pensó en dejarse llevar.
En hundirse bajo las aguas oscuras