Sentada en mi oficina, mirando a los dos jóvenes que tenía frente a mí y que, tímidamente, pasaban sus ojos Inquietos por el lugar, sin atreverse a balbucear la más mínima sílaba, sentía que mi paciencia abandonaba mi cuerpo.
Miré con detenimiento los papeles que Isabel había dejado, para mí, encima del escritorio, con los datos personales de los jóvenes: Patricia y Arnaldo Menéndez, 28 y 30 años de edad respectivamente y siete de matrimonio, sin hijos. No había percibido la más mínima conexión entre ellos y, a pesar de haber leído, por segunda vez, los apuntes, no lograba asimilar el tiempo que llevaban juntos.
- Patricia - dije al fin - ¿ Por qué han venido a mi consultorio?
- He engañado a mi esposo, Doctora - respondió con dolor y vergüenza - y ahora no sé qué hacer para salvar mi matrimonio.
- Éramos una pareja linda - dijo él - estaba trabajando mucho últimamente, pero lo hacía para garantizarnos un futuro, pero ella lo entendió todo mal.
- Yo... - balbuceó ella - solo fue