El último encuentro con Cassian ha dejado un sabor amargo en mi boca. Su intento de besarme y su posterior vergüenza, capturados por los ojos asustados de Julie, me hacen sentir sucia y extrañamente deseada. Pero Cassian no vuelve a aparecer, y ese es mi pase de salida. Sola, cruzo las puertas del hospital, dejando el frío acero de St. Jude’s atrás.
Ahí está. Alex me espera en el cochazo. Una visión de tranquilidad en medio del caos. Su sola presencia es un ancla. Subo al coche.
—Hola, Superman —le digo, sintiendo el alivio de la familiaridad inundarme. El cierre de la puerta es un corte limpio con el día.
Él ríe, una risa profunda y resonante que me hace sonreír. —¿Superman? Me voy a quedar con ese apodo, ¿dentro y fuera de una cama?
—Sí —contesto, abrochándome el cinturón—. Definitivamente sí. Eso eres para mí.
Empieza a conducir. El motor ruge suavemente. —¿Por qué? Dame razones, doctora. Me gusta saber por qué merezco ese estatus.
—Porque salvas mis días de la criptonita de