Escuchar que ha pronunciado mi apellido me deja sorprendido; no creí que me recordara. Hace años que no vengo aquí, diría prácticamente desde que era un adolescente temperamental lleno de frustraciones, rabia y que culpaba a todos. Ahora, aunque no he visto su rostro, sé que es un hombre.
—¿Se va a quedar callado? —preguntó nuevamente con un tono frío.
—Lo siento, señor, pero me sorprende mucho que se acuerde de mí —digo con amabilidad.
—Cómo no iba a recordar a una de las pocas personas que ha venido a visitarme, a pesar de que fue hace años.
—Lo siento por no venir, pero he tenido mucho trabajo; usted entenderá —procuro disculparme.
—No tiene que darme explicaciones de su vida; sé que hay cosas más importantes que venir a visitar a un inválido —mencionó—. Pero nuevamente le pregunto: ¿qué lo trae por aquí?
—Le traigo noticias sobre los Borbon.
Transcurre un par de minutos en los que solo se escucha el sonido del fuego consumiendo la leña. Estoy a punto de hablar cuand