DALTON
La besé.
La besé con la sed de alguien que pasó muchos días en el desierto. Con la pasión quemando mis manos por la prisa de querer desnudarla por completo, de hundirme en ella hasta que me fuera dificil respirar por probar su bendito cuerpo.
Había imaginado mil veces cómo sería tener a Lía solo para mí, pero la realidad superaba cualquier fantasía. Esa noche, la habitación de hotel era nuestro único universo, y el anillo brillaba en su mano como si sellara un pacto invisible entre nosotros dos. El deseo se respiraba en el aire, denso y eléctrico, pero había algo más. Ternura, complicidad, ese tipo de conexión que solo se encuentra una vez en la vida.
Me acerqué despacio, acariciando su rostro con los nudillos, siguiendo la línea de su mandíbula hasta perderme en su cuello. La besé ahí, justo en el lugar donde sentía el latido de su pulso acelerado, y me deleité con el estremecimiento que recorría su piel bajo mis labios.
— ¿Así empiezan todas tus clases privadas, Keeland? —Sus