LÍA
El reloj marcaba las siete con cincuenta y ocho de la mañana cuando entré al edificio de Keeland Enterprise, con la cabeza en alto y el estómago lleno de nervios, pero no de comida. Mi desayuno había sido medio hot dog frío y una taza de café soluble. No importaba. Yo estaba aquí para demostrarme que podía brillar aunque viniera desde el mismísimo subsuelo.
El guardia de la entrada me miró como si fuera un error en el sistema, pero escaneó mi pase y me dio una sonrisa forzada. No sabía si era por mi aspecto, que consistía en unos pantalones holgados de mezclilla, una chaqueta holgada deportiva en color negro con el logo de AC/DC. Mis lentes de pasta negra, y un moño mal amarrado sobre mi cabeza. No entendía el porqué me concentraba mejor estando así.
— ¿Estás segura de que el señor Keeland te está esperando? —Alzó una ceja—. No tengo ningún registro o su nombre anotado en una lista.
— Tan segura como que tú trabajas aquí, mi rey. Por supuesto que el señor Keeland me espera.
El homb