LÍA
El espejo del camerino estaba iluminado por las luces que lo adornaban a su alrededor. Mis manos temblaban un poco mientras ajustaba el corsé dorado contra mi cintura.
— Respira, Lía, respira —. Me susurré a mí misma, tragando saliva mientras me miraba de frente, con los labios recién pintados de rojo y el delineado de ojos afilado como mi sarcasmo. Mis ojos tenían un aspecto gatuno y me habían esmerado en el maquillaje, ya que yo sería la cantante y bailarina principal.
No era la primera vez que me subía a ese escenario. Pero esta noche había algo diferente. Quizá era el coraje que llevaba atravesado desde que Rodrigo Frías me confrontó. Prácticamente, me había dicho que no valía nada por ser una repartidora. El trago me supo amargo, porque mi papá siempre había pensado que mi lugar como mujer estaba en casarme con alguien rico que le conviniera a los negocios familiares. A pesar de mis ganas por aprender de la tecnología y los negocios, siempre me hizo menos por ser mujer.
¿Qué p