Mis lindos lectores, ya es de actualización diaria ¿qué opinan de Dalton? Los leo en comentarios ;)
LÍALa luz del sol me dio de lleno en la cara y mi cráneo latía como si hubiera hecho un pacto con el diablo y ahora me estuviera cobrando con tambores de guerra. Sentía que me iba a explotar en cualquier momento.Parecía que el astro rey me pegaba en la cara con una violencia pasiva-agresiva, algo así como diciendo, despierta, estúpida y mira lo que has hecho. Intenté girarme, pero un tirón en la espalda me hizo soltar un gemido.¿Dónde mierda estoy? Mi cama era más incómoda que esto ¿Qué había hecho durante la noche?Abrí los ojos a medias, intentando ser fuerte contra el dolor de cabeza que me estaba taladrando los sentidos. Cortinas blancas, sábanas de algodón egipcio (sabía que eran egipcias porque siempre fueron mis favoritas), un espejo con bordes dorados al otro lado de la habitación, una bandeja con fruta exótica sobre una mesa de cristal.Mi-er-da.Me incorporé de golpe, con los ojos bien abiertos, y mil preguntas en la punta de la lengua. Miré a mi alrededor y me llevé las
LÍALlegar a mi casa con una cruda, no solo porque me bebí el vino, el tequila, y todo lo que estuviera a mi paso, sino emocional también.El sol ya no pegaba directo en mi cara, pero mi cruda existencial seguía como si alguien me estuviera martillando el alma con un zapato de plataforma. Empujé la puerta oxidada de mi cuarto de azotea, ese que había llamado “hogar” desde que decidí mandarlo todo al carajo y empezar desde cero. Tenía goteras, humedad, y un ventilador que chillaba cada tres segundos, pero era mío. . . Bueno, era del señor que me lo rentaba, pero me había hecho de ese espacio dándole una renta mensual.Y por ahora, eso bastaba.Tiré la bolsa con el corsé mal doblado en el sofá improvisado, pateé mis zapatos a un rincón y me quedé quieta un segundo.— La moto. Jo**der. Dejé mi moto en el Sport Club —. Dije en voz alta, con tono de tragedia griega en su punto crítico—. Mi único patrimonio. Más le vale seguir ahí o me tiro por la azotea sin pensarlo.Resoplé. Me dolía la ca
DALTONLlegar a la oficina y encontrarme con las dudas personificadas, era lo que Lía Monclova representaba para mí ¿Era ella la bailarina del Sport Bar? ¿Me la había tirado aquella noche? ¿Me había dicho jefe ca**pullo en mi cara?— Buenos días, Lía —. Dije con voz neutra, sin mirarla directamente, y pasé de largo como si ella no estuviera sentada ahí con esos malditos lentes de pasta que parecían de biblioteca. . . Pero qué, inexplicablemente, me daban ganas de arrancárselos con los dientes.Era como una especie de Clark Kent, pero en mujer. Si le quitaba esos malditos lentes, era probable que supiera si era o no aquella cantante que tanto alucinaba.Entré a mi oficina y cerré la puerta tras de mí. Me senté frente a la computadora, abrí el correo y no leí una sola pu**ta palabra.Mi cabeza estaba en el lobby. Más precisamente, en ella.La vi en su lugar. Vi sus labios resecos como si tuviera la boca igual de cruda que yo, su paso inseguro, la forma en que se quitó los lentes para fro
LÍA¿Dormiste bien? Sin duda era una pregunta noble, sin ningún tipo de malicia, más allá de saber cómo durmió una persona. Sin embargo, para mí significaba algo más que solo dormir mis ocho horas continuas.¿Me había reconocido finalmente? ¿Sabía que era la cantante del Sport Club? ¿Se acordaba de la noche loca que habíamos tenido? ¿¡Madre mía, cómo era en la cama? Tragué saliva.Me hice la santa inocente. Ja, como si eso me fuera a salvar de las consecuencias que tendría, porque no sabía si me había acostado con mi jefe o no. Tosí, me golpeé el pecho, y tomé el café como si eso pudiera borrar el calor que me subía por el cuello, como la serpiente de Adán y Eva.— ¿Perdón?— Que si dormiste bien hace tres días —. Repitió, pero esta vez con una curvita en la comisura de sus labios. Una sonrisa leve. Como quien lanza un anzuelo.— Sí, claro. Dormí como. . . ¿Una roca? Digo, como una vaca envenenada —. Mentira. Dormí como una virgen en película de terror: con un ojo abierto y el alma he
DALTONHabía un placer casi perverso en observarla desde mi oficina, detrás de las persianas medio cerradas, con una taza de café en la mano que ya ni sentía entre los dedos.Lía Monclova. Mi asistente. Mi tortura.La mujer que, tal vez, solo tal vez, se había montado sobre mí en una noche de whisky, pecado y luces bajas. La que tenía una voz brutal, una destreza exquisita para bailar, un cuerpo de pecado, una belleza incomparable, y una inteligencia que te ca**gas.Era ella. Lía y la bailarina eran la misma persona, de eso estaba seguro. Así que, como buen capullo de mi**erda, había decidido jugar un rato con ella y hacerme el que no se dio cuenta.Y como buen CEO, lo haría de forma metódica, precisa, letal. Me sentía como si el diablo me hubiese poseído.— Señorita Monclova —. Dije por el intercomunicador—, venga a mi oficina, por favor—. Mi tono pudo haber sonado frío, pero las ganas de verla eran más calientes que un volcán en erupción.Unos segundos después, escuché sus pasos. Si
LÍAMe había salido de la oficina con el corazón hecho una estampida. Parecía que estaba corriendo con un grupo de búfalos aterrados, tal como lo estaba yo en ese momento. No sabía cómo haría sostenible esto, pero en definitiva necesitaba el dinero porque ya no quería seguir comiendo sopas instantáneas, y agregar salchicha cuando me sentía elegante, o en alguna ocasión especial.Me estaba colocando en casco para tomar mi moto vieja, asegurándome que el mofle estaba bien asegurado con el lazo que le había puesto.— Madre mía, Lía. Y todavía le dices que le ponga una voz de mando que cante —. Quería morir. Me subí a la moto— ¡Qué cante! ¡Jo**der! —¿Es que no le pude haber dicho otra cosa?Llegué a mi cuarto de azotea y lo primero que hice fue ir a la tienda de la esquina para comprar una promoción de hot dogs. Durante la noche me la pasé frente a mi laptop, pero desgraciadamente no pude concentrarme porque lo único en lo que pensaba era en Dalton Keeland.Era muy estúpido seguir negando
LÍAEl vestido blanco estaba sobre mi cama, lucía impecable con cada pliegue perfectamente alineado. La seda era tan suave que parecía fluir como agua entre mis dedos. Y sin embargo, cuando lo toqué, sentí el frío de una sentencia de muerte.Un nudo de pánico me cerró la garganta. Mi madre había insistido tanto en que lo usara esta noche. "Te verás hermosa, Lía. Radiante. Digna de tu apellido." Yo quería usa el ne**gro de Armani, que había estado esperando para ponermelo en una ocasión especial.Ahora entendía por qué la insistencia de mi mamá. El murmullo de dos empleadas llegó hasta mi habitación, cuando me disponía a salir, sin embargo, logré escuchar sus voces, que hablaban en bajito, antes de abrir la puerta.— Ya está todo listo para la fiesta de compromiso.— ¿Lo sabe la señorita Lía?— Aún no, pero no importa. El señor Monclova lo tiene todo bajo control. Será una sorpresa muy agradable para ella.Mi estómago se desplomó tan pronto escuché la noticia. No, no, no. Di dos pasos
LÍATenía el corazón acelerado por el miedo que tenía de escapar en medio de una fiesta para celebrar un compromiso que yo no pedí. Había logrado salir de la mansión sin que nadie me viera, y solo contaba con unos instantes para perderme y que no me obligaran a unirme a John Douglas. No supe cómo le hice para llegar a la casa de mi mejor amiga, que vivía a unos cinco minutos de la mía. Estaba casi segura de que no había sido invitada a la fiesta para que no me alertara de lo que estaba pasando. Necesitaba esconderme. Perderme y que todo el mundo se olvidara de mí. Toqué el timbre con los nudillos temblorosos. La casa de Natalia seguía idéntica con su fachada blanca, la herrería en color dorado, y las macetas colgando del balcón como siempre. Ella no vivía en una mansión como mi familia, pero su casa era la envidia de su cuadra.La puerta se abrió apenas un poco. Ella asomó la cabeza, sus ojos se abrieron como platos al verme. Eran poco más de la una de la mañana, cuando al fin ha