DALTON
No sé qué esperaba encontrar cuando abrí la puerta del penthouse, pero definitivamente no era esto. Mi santuario, mi guarida de silencio y control, ahora parecía el maldito mercado de domingo.
Había tías por todos lados. Literalmente. Una en mi sillón favorito, otra con los pies sobre mi mesa de centro, otra más asomándose por la ventana como si estuviera esperando a la Virgen de Guadalupe en procesión. Y mi madre, claro, con su libreta en mano, dando órdenes como si aquello fuera una operación militar. Para coronar la escena, Diego estaba cómodamente sentado en mi bar, sirviéndose un whisky como si fuera el dueño de la casa. De ser mi posible seugro, pasó a ser mi padrastro, vaya pasada de cambio.
Respiré hondo, cerré los ojos y me repetí a mí mismo: Dalton, no grites. No grites. Son tu familia. Respira. Lo único que había deseado en el día, era llegar a mi casa y hacerle el amor a mi esposa, pero mis esperanzas se habían esfumado porque tenía mi Penthouse invadido.
— Mamá,