De repente, sus ojos se enfocaron en los de Serena, borrosos y húmedos por las lágrimas. Su ceño se frunció al ver a su prima en ese estado. Maldiciendo, Daniel se apartó un poco, observando cómo Serena se alejaba, desapareciendo en cuestión de segundos. Con la mano sobre los ojos, intentó calmar la confusión que se apoderaba de su mente. La combinación de alcohol y emociones lo estaba afectando con fuerza.
Se apoyó contra la barandilla de las escaleras, sintiendo cómo la cabeza le daba vueltas. El ruido de la fiesta seguía resonando a su alrededor, pero él se sentía desconectado de la realidad.
―¿A dónde te vas, nena? ―masculló, mirando el vacío donde ella había estado―. ¿Por qué no vienes conmigo a la cama? La vamos a pasar de lujo… ¡¿dónde demonios estás?!
Estuvo a punto de moverse, pero una mano lo detuvo al sujetarlo del brazo. La rubia lo miró con ojos encendidos y una sonrisa pícara, aumentando la tensión entre ambos.
―¿Con quién hablabas, Daniel? Yo te estoy esperando donde di