—Vamos, no te hagas de rogar, actúa como si no fuéramos nada, cómo te pidió mi madre, ¿qué carajos te pasa?
La expresión de Daniel cambió de la diversión a la sorpresa al notar la evidente incomodidad y temor en Serena.
Los ojos de Daniel intentaron buscar sus labios carnosos, pero no lo logró, pues Serena continuaba en su desesperado intento por salir. Cada vez temblando con más potencia. Finalmente, observó sus ojos y el aspecto del rostro del seductivo playboy cambió enseguida cuando notó que estos estaban hundidos por las lágrimas, que salían y salían, a pesar de que los mantuviera dolorosamente cerrados.
Estuvo al borde de decir algo, pero fue detenido por unos pasos aproximándose.
—¡Daniel! ¿Dónde te has metido, bribón?
Enseguida reconoció la voz de su hermana, así que soltó rápidamente a Serena y la observó salir corriendo con las manos sobre el rostro, ahogando sollozos. Daniel maldijo entre dientes, yendo a la sala y encontrando a Emily recostada sobre la barandilla de las escaleras.
—Ah, aquí estabas, ¿tienes el número de la rubia que es capitana del equipo de vóley?
—Me largo a dormir —dijo con un tono que no daba opción a respuesta subiendo las escaleras con rabia y lanzándose de espaldas hacia su cama.
¿Qué m****a había sucedido? ¿Había sido rechazado? ¿ÉI, el deseado Daniel, había sido rechazado por su propia empleada? ¡Era increíble! Había perdido su "polvo de una noche" y ahora tendría que dormir sin haber follado bien en el día. ¿De verdad lo había rechazado y se había puesto a llorar? Exhaló con una sonrisa fastidiosa.
…
—¿Está todo bien, joven Reed?
Daniel sentía cómo el agua de la ducha aún goteaba por su cuerpo, abandonando su cabello para deslizarse por su cuello y continuar el recorrido por su firme espalda.
Esa mañana había dormido a sus anchas y ahora se encontraba sentado solo en la mesa, mientras su cabello oscuro se encargaba de humedecer su rostro y parte de la camiseta blanca estampada que había adquirido en Francia en una de sus últimas huidas al extranjero.
Tomó unas cuantas frutas cortadas y se las metió a la boca, bebiendo luego el agua con infinitos cubos de hielo.
Daniel disfrutaba de la soledad momentánea en la amplia mansión Reed. El silencio le ofrecía un respiro después de las recientes tensiones. Aunque su naturaleza despreocupada y juguetona seguía intacta, las experiencias de la noche anterior habían dejado una huella en su actitud.
—Eso creo. —Observó cómo la anciana se disponía a limpiar parte de la sala—. ¿Mis padres ya se fueron, verdad?
La mujer continuó su labor sin mirarle a los ojos.
—Sus padres salieron esta misma mañana y su hermana también, aunque dijo que no demoraría en volver.
—¿Y qué pasó con todo el personal? No veo a nadie, ¿se han tomado el día libre?
—Su madre nos está volviendo a dar el fin de semana libre, joven Reed. Solo hemos quedado en casa Serena y yo.
Daniel abandonó las frutas y empezó a verificar todos sus nuevos mensajes. Había cincuenta mensajes más, pero todos eran más de las mismas mujeres.
—¿Serena? —cuestionó, moviendo sus dedos en la pantalla de su celular.
—Sí, la hija de Claudia, la prima de su mamá tampoco quiso marcharse, porque no conoce a nadie aquí, ella se quedo huérfana prácticamente…
¿Había dicho "Serena"?, así que ella se había quedado en casa, su dulce prima.
—¿Qué edad tiene Serena? —interrumpió con voz calmada, enviando unos diez mensajes a la vez—. ¿Es menor que yo, no?
—Ella tiene veinte años, joven, usted es mayor por cuatro años.
Oh, vaya, sí lo había notado.
—¿Serena está aquí, entonces? —Deslizó un cubo de hielo del vaso hasta su boca, atrapándolo entre los dientes.
—Sí, Serena está aquí en casa.
—¿Y qué está haciendo ahora? No la veo mucho por aquí, ¿solo se encarga de lavar los platos o qué?
El solo haberlo mencionado le hizo recordar lo sucedido el día anterior. El hielo punzó en su garganta y no pudo evitar toser.
—No, ella se encarga de todo también… ahora está ordenando la biblioteca del señor.
—Vaya, cuánto trabajo. —Se levantó del asiento, estirando sus músculos todo lo posible—. Sabe, voy a hacer una reunión en la noche, solo quería avisarle.
Se metió otro cubo de hielo a los labios, sintiéndolo deshacerse en su lengua y luego abandonó el comedor, rumbo a su dormitorio. Podría irse de la casa, desaparecerse todo el día y disfrutar hasta las últimas consecuencias, pero no se le daba mucho la gana.
Al final, la casa era toda para él nuevamente, así que era mejor esperar que el resto llegase, que él mismo ir a buscarlos.
Además, seguramente los amigos que tenía como compañeros de caza-sexo-y-bebida, no tardarían en llegar a alborotarle la tranquilidad, así que tendría que aprovechar perfectamente lo poco que le quedaba de soledad.
Estuvo al borde de meterse a su habitación, pero prefirió cambiar de rumbo y continuar hacia las escaleras opuestas, bajando cinco escalones de un salto y mordiéndose el pulgar cuando aterrizó en el largo pasillo de la parte trasera de la mansión.
Dio unos cuantos pasos hacia adelante, mientras su mirada se paseaba por las paredes blancas y las habitaciones cerradas de ese ancho pasadizo. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que estuvo por ahí.
En realidad, le importaba un carajo todo lo que había por ahí, porque no era ni alcohol ni nada parecido. Aparte, el polvo se metía por sus fosas nasales y luego le hacía trizas todos los pulmones.
Pero ahora no olía a polvo, sino a un aroma muy distinto; algo entre fresa y limón. Exhaló un tanto en cuanto encontró una puerta abierta y solo atinó a recostarse sobre el marco de la puerta durante unos minutos, observando la interesante imagen de Serena, quien se encontraba haciendo vagos intentos por alcanzar un libro, que, para su pésima suerte, estaba demasiado alto.
Daniel se centró en su blusa verde azulada y su falda tableada que dejaban al descubierto sus bonitas piernas, que solo resaltaban su hermosa figura.
Se movió hacia adelante y estiró su brazo, tomando el libro con brusquedad, mientras sentía cómo la muchacha se sobresaltaba y ahogaba un grito enseguida, aunque esta vez Daniel no intentó detenerla, sino que solo retrocedió con el libro entre sus masculinas y firmes manos.
No pudo evitar soltar una risa cuando se fijó en el rostro de Serena, el cual era presa del terror y se mantenía inclinado hacia adelante con la mandíbula apretada, mientras su cuerpo temblaba, incapaz de decidir si salir corriendo o no.
—No huyas. Es una orden.
Daniel se mordió el pulgar al examinarla, reposando una mano sobre su propio cuello sin quitar su mirada de la chica en ningún momento. La noche anterior, le había resultado molesto al verla temblando o llorando como una bebé, pero ahora eso le resultaba entretenido.