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La estúpida reunión familiar se acabó enseguida y sus padres se movieron hacia su habitación, mientras Emily se desviaba hacia el patio con celular en mano.

Daniel se lanzó sobre el sofá más cercano, observando cómo las empleadas acudían a recoger los platos y se marchaban del mismo modo. Enarcó una ceja, echándole una rápida mirada a la cocina, al mismo tiempo que sacaba su celular y se dedicaba a darle una mirada a los 45 mensajes recientes.

Se mordió el labio, recostándose completamente sobre la comodidad del sillón negro encuerado.

“Daniel, avísame cuando estés en Londres, ¿vale? Quiero verte, tú sabes, lo del otro día fue fenomenal y quisiera que se vuelva a repetir. Besos húmedos, Valeria”

Soltó una estridente carcajada mientras sus dientes dejaban descansar a su labio y ahora se cernían sobre su pulgar. ¿Acaso esas chicas eran insaciables o estaban tan necesitadas que eran capaz de suplicarle por mensaje de texto para que les abra las piernas?

Daniel, entre risas y una mirada socarrona, continuó revisando sus mensajes, encontrando una mezcla de propuestas explícitas, invitaciones a fiestas y solicitudes de reuniones. Su vida social y su reputación de mujeriego eran bien conocidas, y parecía que las mujeres estaban dispuestas a competir por su atención.

“Hola, Daniel. Fue increíble lo que pasamos juntos, ¿no crees? Aún siento la quemazón de tus labios. ¿Cuándo podríamos repetirlo? Besos, Sofía”

Otro mensaje que confirmaba que Daniel dejaba una impresión duradera en las mujeres con las que se cruzaba. Sin embargo, a pesar de la diversión que encontraba en esas interacciones, algo en su mente regresó a Serena, la nueva empleada de la casa Reed.

El resto de mensajes era algo similar y una minoría, venía del grupo que tenía como amigos o al menos, personas cercanas. Elevó la mirada nuevamente hacia la cocina y percibió cómo las tres criadas sonreían y se movían también hacia su respectiva habitación a pasos lentos.

Una sonrisa se formó en los seductores labios de Daniel cuando se levantó de golpe del sillón y caminó firmemente hacia la cocina de su propia casa.

Las luces aún se mantenían encendidas y el agua goteando sonaba, incluso, a unos diez pasos lejos de él. Cuando finalmente llegó, su sonrisa se amplificó ante la imagen que tenía frente a él: la menuda muchacha estaba de espaldas, con su cabeza inclinada, sus manos sobre unos cuantos vasos y platos y el agua del lavadero salpicándole al rostro.

Daniel observó la escena con un deleite evidente, disfrutando del espectáculo que se desplegaba ante sus ojos. La silueta de Serena, con su figura curvilínea y el agua salpicando su rostro, avivó la llama de la atracción en él. Se acercó sigilosamente, sin hacer ruido, saboreando el momento antes de revelar su presencia.

—Parece que la cena dejó un rastro de caos en la cocina. ¿Necesitas ayuda? —preguntó con una voz suave y sugerente, dejando claro que su intención no era solo ofrecer asistencia culinaria.

Serena se giró rápidamente al escuchar su voz, llevándose una mano al corazón sorprendida. Su rostro expresaba una mezcla de asombro y nerviosismo ante la repentina aparición de Daniel.

—Señor Daniel, no sabía que estaba aquí. No debería haberse molestado en venir a la cocina.

Daniel se acercó a ella con una sonrisa traviesa.

—Oh, no es molestia en absoluto. Verás, estaba pensando en que podríamos compartir una copa de vino para relajarnos después de la cena. ¿Qué opinas?

Serena frunció ligeramente el ceño, pero sus mejillas delataron un leve rubor. Parecía indecisa, tratando de equilibrar la formalidad de su papel como empleada con la inusual propuesta de Daniel.

—Señor Daniel, aprecio su oferta, pero estoy aquí para trabajar y no creo que sea apropiado...

Daniel la interrumpió con una risa juguetona.

—¿Apropiado? ¿Acaso alguna vez te han dicho que eres demasiado seria? A veces, hay que relajarse y disfrutar un poco.

Serena desvió la mirada, claramente incómoda con la situación.

—Entiendo, señor. Pero debo terminar de limpiar la cocina.

Daniel se acercó aún más, reduciendo la distancia entre ellos.

—No hay necesidad de tanta formalidad. Llámame Daniel. Somos familia después de todo. Y olvida por un momento que soy el hijo de tu tía. Estamos solos aquí, y podríamos divertirnos un poco. ¿Qué tal si empiezas diciéndome tu nombre?

La tensión en el aire aumentaba, y Daniel disfrutaba cada momento de ello. La resistencia de Serena solo alimentaba su deseo de conquista. La noche en la casa Reed estaba lejos de terminar, y Daniel estaba decidido a convertirla en un capítulo más de sus intrigas y seducción.

Su mirada pareció toparse con la suya durante un breve segundo, pero la chica descendió fugazmente la mirada y una inocente y diminuta sonrisa se formó en su rostro, al tiempo que hacía una reverencia y se mantenía sin moverse.

—Mi nombre es Serena, estoy para servirle... Su madre me pidió que los tratara así, aunque mi mamá era familia, yo no puedo tratarlos como tal y no tengo problemas con eso.

Sus palabras fueron dichas en un susurro casi inaudible y Daniel solo atinó a morderse el labio, aun sonriéndole con esa sonrisa que era capaz de incendiar una furgoneta entera.

Pero la muchacha no lo miraba, sino que miraba fijamente al suelo. Conocía muy bien su papel ahí.

—¿Para servirme, dices? —Daniel soltó una carcajada, caminando hacia un extremo para servirse un vaso de agua helada y beberlo poco a poco, sin quitarle la mirada de encima. Le importaba un carajo si era su prima—. ¿Y luego de lavar, te vas a dormir nena?

Serena mantuvo su mirada en el suelo, pero sus mejillas se colorearon ligeramente ante la pregunta de Daniel. Su posición era claramente incómoda, pero no podía evitar sentirse atraída por el magnetismo del hijo mayor de los Reed.

—Señor Daniel, mi jornada laboral no ha terminado, y hay más tareas por realizar. No tengo la intención de descansar hasta que todo esté en orden.

Daniel se acercó a ella, sosteniendo su vaso de agua, y la observó detenidamente.

—Porque a mí se me ocurrió algo que podríamos hacer. —Su tono sugestivo hizo que las palabras resonaran en el aire de la cocina.

Serena levantó la mirada por un instante, encontrándose con la expresión juguetona de Daniel. Parecía luchar con sus propios pensamientos antes de responder.

—Señor Daniel. Si hay algo específico que necesite, estaré encantada de ayudar en lo que esté a mi alcance.

Daniel sonrió, disfrutando del juego de seducción que se estaba desarrollando. Tomó un sorbo de su agua y se acercó aún más, quedando a escasos centímetros de Serena.

—No pido nada más que tu compañía, Serena. ¿Qué tal si me acompañas a mi habitación?

Daniel abandonó el vaso de agua sobre la mesa circular, observando cómo Serena continuaba su labor con la esponja verde, nuevamente de espaldas hacia él.

Se relamió el labio inferior y se movió velozmente hacia donde ella se encontraba, rodeándola de la cintura de golpe y colocando sus labios en su oído.

—Porque a mí se me ha ocurrido una cosa que podemos hacer —susurró mientras Serena dio un brinco del susto y la sorpresa, tensándose y temblando impetuosamente—. ¿Tú qué dices, nena? ¿No te animas a acompañarme a mi habitación?

Serena estaba intentando liberarse del agarre con mucha ingenua desesperación, aunque le fue imposible porque Daniel la empujó hacia la pared más próxima, arrinconándola detrás de la nevera con una sonrisa algo insinuante.

Aunque la sonrisa desapareció de su rostro cuando observó a Serena, que estaba completamente ruborizada, con la cabeza agachada y los nervios de punta, el rostro dominado por el terror y el cabello tapándole los ojos, haciendo inválidos esfuerzos por librarse de los impetuosos brazos de Daniel, quien solo se dignó colocar sus manos a ambos lados de su cabeza, apresándola mucho más.

—¿Qu-Qué hace…? Su-suélteme… suélteme, por favor... somos primos —susurró con un hilo de voz, mientras una serie de temblores la invadía y oprimía los ojos lo más que podía

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