Emily rodó los ojos y murmuró algo inaudible, pero su madre la miró con severidad.
—Tráeme un vaso de jugo de naranja con tres cubitos de hielo. —Emily se cruzó de piernas, sin prestar atención a la comida que se encontraba en su frente—. Pero rápido, porque me duele la garganta.
La anciana asintió de inmediato, moviéndose seguramente hacia la cocina.
—¿Y cómo están los negocios por Boston, hay mucha aceptación?
Daniel no movió su mirada de su plato, solo continuó comiendo de forma brusca y tomando algo de ensalada.
Le valía m****a la aceptación que los negocios tengan en Boston, pero no podía escupirlo de esa manera.
—Claro, hay aceptación por todas partes...
—Lo sé, pero no sé si será bueno arriesgar mucho dinero ahí. Tendría que analizarlo mejor en la próxima reunión. —Su padre interrumpió, bebiendo un tanto de su copa—. Sí,
definitivamente, tengo que empezar a esparcirme y Boston es una buena idea.
Sí, mientras a él no le faltara dinero, su familia podía construir todas las empresas que quisiera y restregarse en ellas también.
Tenía ganas de salir de esa casa, subirse en su deportivo, largarse al club más cercano y mandar todo este numerito barato de cena familiar muy al diablo. Pero tenía que tolerarlo; además, sus padres no tardarían en hacerse humo el día siguiente y volar en avión a algún otro país, dejándolo libre en casa.
El solo sentir la libertad de nuevo, le hizo exhalar de golpe, mientras se vertía todo el vino en los labios. Daniel frunció el ceño cuando se percató que el vino no tenía ni una gota de alcohol.
¿De dónde coño lo habían sacado?
—Daniel, no bebas tan rápido.
El hombre lo reprendió ahora enviándole una mirada severa. Sin embargo, Daniel solo atinó a jugar con la copa entre sus manos, logrando divisar su propio reflejo en el cristal: su camiseta Blanca, sus vaqueros negros y su cabello desordenado por el viaje.
Menuda m****a estaba hecho, aunque seguramente a muchas las pondría calientes el verlo de esa manera.
—¿A qué hora piensa traerme el jugo? ¿No lo va a traer nunca?
El mujeriego muchacho colocó los ojos en blanco, girando su cabeza hacia la cocina. Sus ojos negros se movieron desinteresados y estuvieron al borde de regresar a su plato cuando algo en la cocina captó rápidamente su atención, lográndolo hacer que se relamiera los labios.
¿Estaba viendo bien? ¿Ese trasero voluptuoso que tenía frente a sus ojos le pertenecía a alguien en su casa? Sus labios se humedecieron con su lengua nuevamente, mientras no quería perderse ningún movimiento de ese bien proporcionado trasero.
¡Vaya, vaya! ¿había alguna invitada no presentada en la casa o su visión se había vuelto pornográfica y estaba alucinando traseros perfectos?
No, definitivamente, era real. Su oscura y lasciva mirada descendió hasta sus piernas maldiciendo a quien quiera que sea esa mujer por estar usando un pantalón negro entallado.
Se mordió el labio con inquietud, enviando a la m****a a las escaleras, pues se interponían en su visión, evitándole ver de la cintura hacia arriba. Pero bueno, al menos, le daba acceso a la mejor parte, ¿verdad?
Se imaginó colocando sus manos sobre ese trasero, aunque su imaginación se fue al bote cuando observó cómo "la dueña del buen culo" se acercaba hacia ellos repentinamente.
Oh m****a, la diversión había realmente llegado cuando menos lo esperaba. Escuchó el sonido de vasos tintinando al sentirla aproximándose. Una sonrisa algo fiera se formó en sus labios. De seguro, era alguna otra empleada que había sido recientemente contratada y añadida al personal, pero su ética de "una buena follada de una noche" no hacía discriminación alguna, así que tener sexo con el personal de servicio, también estaba aceptado.
Sobre todo si el personal de servicio, tenía ese culo.
El ambiente se llenó de expectación mientras Daniel esperaba a que la misteriosa figura se acercara. El sonido de sus pasos resonaba en la sala, y la tensión aumentaba con cada paso. Finalmente, la mujer emergió de la cocina, y Daniel no pudo evitar soltar un suspiro de aprobación.
Era ella, una nueva empleada que no había tenido el placer de conocer antes. Su cabello oscuro caía en ondas perfectas por sus hombros, y su figura curvilínea estaba resaltada por el ajustado pantalón negro que llevaba. Daniel la examinó con ojos ávidos, notando cada detalle que provocaba su interés.
—Lo siento por la demora, señorita Emily. Aquí tiene su jugo de naranja con tres cubitos de hielo —dijo la empleada con una voz suave y educada, sin percatarse de la mirada lujuriosa que recibía de Daniel.
El muchacho deslizó la copa de vino entre sus manos, mientras escuchaba que el resto mantenía una conversación sobre algo que no era de su interés.
Observó su nariz diminuta, sus ojos pequeños, sus labios carnosos, sus clavículas resaltando sobre su piel, sus mejillas enrojecidas; su cuerpo menudo y femenino.
Daniel siguió con la mirada recorriendo su físico. Sintió cómo la respiración se le aceleró de nuevo cuando sus ojos se centraron en su trasero perfectamente proporcionado y su cintura delgada y atractiva.
¡Vaya, vaya! ¿Qué clase de mujer era esta?
Se relamió los labios, sin quitarle la mirada de encima, aunque la muchacha solo miraba al suelo y ahora se disponía a marcharse tras murmurar unas cuantas palabras.
—Esta niña me tiene cansada, ¿de verdad, tenías que traerla aquí, madre? Aun no puedo procesar que sea familia.
Daniel volvió su mirada hacia su hermana consentida, obligándose a abandonar sus interesantes pensamientos para tomarle un poco de atención a la conversación. Pero no podía creer lo que estaba diciendo Emily.
—Claudia es mi prima y aunque no sea de nuestra misma clase social no podía dejar desamparada a su hija. Mientras cumpla su trabajo de forma indicada no veo mucho problema con mantener a esa muchacha acá. Asunto terminado.
El rostro de Daniel se encontraba pensativo, mientras se recostaba sobre la mesa, mordiéndose el labio con impaciencia. Prima o no, no podía negar que la chica estaba muy buena.