—No, para nada. Es detestable. Estoy faltando a todas las malditas clases del instituto y espero que mi padre no se entere; si lo hace, me armará una bronca enorme.
Serena se giró ligeramente, frunciendo la delicada frente en un gesto precioso.
—Pero si faltas a clases, nunca te graduarás y estarás desperdiciando mucho dinero —pensó en voz alta. No entendía a Daniel.
Él sonrió, elevando una ceja:
—¿Eres tonta o qué? Mi padre tiene contactos por todos lados y siempre le deja millones al director del instituto. Así que aparezco aprobado —dijo con orgullo descarado.
—Ah… —Serena siguió pensando que era dinero desperdiciado. Aunque se graduara, él saldría de ahí sin saber nada. ¿Cuál era el sentido?
—Lo que le enoja es que no le haga caso y me la pase jodiendo en vez de estudiar.
Un semáforo apareció frente a ellos, pero Daniel lo esquivó con facilidad.
—¿Y tú, no estudias? —preguntó Serena, estremeciéndose ante la pregunta.
—Solía hacerlo, pero mi madre enfermó y ahora no puedo darme el